Tengo 52 años. Colombia, de vida independiente, lleva 197 años. Es decir, he sido testigo directo de aproximadamente un cuarto de la historia republicana de Colombia, y, repito, hoy es quizás el día más importante de la historia de Colombia que me ha tocado vivir. ¿Contra qué compite este día? Creo que solo dos cosas son apenas comparables: el fin del Frente Nacional y la expedición de la constitución de 1991. Otras memorias son abundantes, pero aciagas: la semana apocalíptica de la toma del Palacio de Justicia y la tragedia de Armero, el asesinato de Luis Carlos Galán, y tantas otras desgracias que han golpeado a este pobre país: el asesinato de José Raquel Mercado; la bomba del avión de Avianca, en el que murió mi amigo Andrés Alameda; el asesinato de Andrés Escobar; el asesinato de Enrique Low Murtra. La lista es interminable…
Algunos dirán que considerar al 22 de junio de 2016 como el día más importante de la historia de Colombia de los últimos 50 años es un exabrupto. No estoy tan seguro. Gústenos o no, una característica de la historia de Colombia ha sido su violencia política. En el siglo XIX, según ciertas referencias, Colombia tuvo nueve guerras civiles nacionales, 14 guerras civiles regionales e incontables revueltas. La transición del siglo XIX al XX la hicimos en medio de una guerra civil larga y cruenta, que terminó costándonos la pérdida de Panamá. En el siglo XX la violencia política continuó. Entre 1946 y 1958 tuvimos el período conocido como La Violencia; entre 1958 y 1974 tuvimos el período de democracia restringida del Frente Nacional; y en los años 1990 tuvimos el desborde de la violencia. Una serie de la tasa de homicidios desde 1964 muestra que Colombia nunca ha tenido una tasa de homicidios inferior a 20 por cada 100.000 habitantes, y que en los 1990 esa tasa subió a niveles de alrededor de 80 por cada 100.000 habitantes. Colombia fácilmente puede competir por el título del país más violento del mundo en una perspectiva de largo plazo.
Las Farc fueron fundadas en 1964, como una de las respuestas que se desataron frente al régimen de democracia restringida del Frente Nacional. Es decir, ellas y yo somos perfectamente contemporáneas. No he visto un solo día de mi vida sin conflicto. Entre 1964 y hoy el país ha visto muchos esfuerzos de paz fallidos. Quién puede olvidar, por ejemplo, la silla vacía al lado del presidente Pastrana. Fue esa imagen, quizás más que ninguna otra, la que catapultó a Uribe al poder.
En esta perspectiva, es fácil entender por qué el 22 de junio de 2016 es el día más importante de la historia de Colombia que me ha tocado vivir. Ese día abre la esperanza de que Colombia se piense y se viva distinto. Hasta hoy, el orden ha provenido de la represión, y las reglas sociales se han concebido como la imposición de los vencedores sobre los vencidos. Desde hoy, podemos pensar en un país distinto: un país donde el orden provenga de la inclusión, las reglas sociales den espacio para todas las manifestaciones sociales pacíficas, y la política pública se construya a través del diálogo.
Sé que la paz tiene enemigos en Colombia. Sé que incluso los que no son enemigos de la paz reciben la noticia con escepticismo. Sé que los acuerdos de paz no son lo mismo que la paz. ¿Las guerrillas desmovilizadas constituirán sus propias bandas criminales, como ocurrió con los paramilitares? ¿Asesinarán a los líderes guerrilleros desmovilizados? ¿Continuará el narcotráfico? ¿Habrá justicia, verdad y reparación con las víctimas de la guerrilla? ¿Seguirá operando el ELN? Cabe ser pesimista en todos esos aspectos. Y, sin embargo, los acuerdos de paz valen la pena. Estos son la oportunidad para un país distinto, difícil de imaginar para nosotros los colombianos, tan acostumbrados a otra realidad. Después de casi 200 años de vida republicana, ha llegado el momento de decir: ¡basta! Ha llegado el momento de decir que las diferencias políticas no se resuelven con violencia. Ha llegado el momento de concebir una nueva democracia, una apta no solo para los vencedores.
Quienes hoy abrazamos la paz no somos amigos de la guerrilla. Por el contrario. La rechazamos vehementemente, al igual que rechazamos la acción paramilitar. Colombia no está para extremismos armados de izquierda y de derecha. Que haya izquierda y derecha tal vez sea un designio inevitable de la diversidad social. Pero no que la izquierda y la derecha tengan que matarse. Hoy el mensaje queda claro: la justicia social no se logra justificando el asesinato, el secuestro, el narcotráfico, la explotación de menores, la destrucción de la infraestructura nacional.
Hoy celebramos, no la paz de Santos, sino la paz de todos los colombianos. Pero, a todo señor, todo honor. Gracias al presidente Santos y a su equipo por haber perseguido la paz con constancia, por haberla impulsado en un entorno adverso. Gracias, presidente Santos. Gracias, gracias, gracias. Ahora nos queda a los colombianos construir la paz de verdad, porque la cosa no termina con los acuerdos. La nueva Colombia todavía está por construirse. Sé que hay colombianos que no bajan a Santos de traidor y de hijueputa. Algunos son amigos míos. Parte de la contribución a la paz será la tolerancia. Es mi íntima convicción que hoy el mensaje correcto para el país es el de Santos, no el de Uribe. No podemos permitir que los mensajes disonantes rompan hoy el rumbo de la nueva Colombia. Llegó la hora de enterrar los odios.
A veces los economistas hablan de un índice de “miseria económica”, que suma el desempleo y la inflación, los dos males macroeconómicos por excelencia. De igual manera se podría hablar de un índice de miseria social, que sume la desigualdad y la violencia. En esta escala, Colombia sería uno de los peores países del mundo. Óigase bien: uno de los peores países del mundo. Colombia tiene que corregir tan graves y profundos males. Y para eso necesita un nuevo pacto social. No necesariamente una nueva constitución, pero sí una nueva mentalidad, una nueva cultura. La derecha tiene razón en que el país necesita orden y desarrollo económico. Y la izquierda tiene razón en que el país necesita inclusión y justicia social. Eso es lo que tenemos que inventar ahora. Un país que se dé cuenta de que los necesita a todos, y que no crea que los problemas sociales se resuelven matando a unos para que queden otros. Qué lindo es que el país se dé la oportunidad de cumplir 200 años de vida independiente, no reproduciendo los vicios del pasado, sino trabajando por el país del futuro. Yo soy loro viejo. Tengo 52 años. Pero hoy me siento con ganas de llorar y como volviendo a nacer. El día más importante de mi vida como miembro de la sociedad colombiana…