La crisis económica y financiera mundial
que comenzó en 2007 ha tenido diversos efectos. En un plano teórico, ha
cuestionado las doctrinas neoliberales y ha ayudado a revivir el pensamiento
keynesiano. También ha servido para resaltar la importancia de la regulación en
el sistema financiero. Es famosa la declaración de Alan Greenspan ante el
Congreso de Estados Unidos, cuando afirmó que se equivocó al creer que los
mercados financieros eran capaces de autorregularse.
En un plano práctico, la crisis ha puesto
en aprietos a algunas de las economías más importantes del mundo, ha puesto un
signo de interrogación sobre la sobrevivencia del euro, ha hecho volver los
ojos a los méritos del denominado “capitalismo de estado”, que se practica
particularmente en algunas economías emergentes, especialmente China, y ha
desatado un movimiento mundial de inconformidad con el “sistema”, que en
Estados Unidos se ha denominado “Occupy Wall Street” y en Europa “los
indignados”. Este movimiento reclama, de manera vaga, una verdadera democracia,
y resiente el excesivo poder de las grandes corporaciones y las entidades
financieras. Es indudable que el sistema financiero suscita particular
animadversión. Según ese movimiento, el “sistema” debe funcionar a favor del
99%, y no a favor del 1% que supuestamente se está beneficiando ahora.
Yo no creo que los movimientos de
“Occupy” y de “los indignados” sean una amenaza real al capitalismo sin una
elaboración teórica más profunda. Sin embargo, sería un error ignorarlos
completamente. Las señales de inconformidad con el “sistema” no se pueden pasar
por alto. El problema es entender qué es, exactamente, lo que está mal con el
capitalismo actual. La revista “The Economist”, de forma no muy sorprendente,
señala que el “capitalismo de estado” no es una alternativa real al
“capitalismo de mercado”.
Un problema que me parece importante del
capitalismo actual, y que es particularmente agudo en los mercados financieros,
es la tendencia a la especulación. En teoría, una virtud de los mercados es que
hallan por sí mismos el “precio correcto” de las cosas. Sin embargo, es
evidente que los mercados fallan en esa tarea, y en ningún lugar de manera más
clara que en los mercados financieros. El problema es que la lógica de mercado
no excluye la especulación, sino que la incentiva. Un especulador es una
persona que compra hoy un bien con la expectativa de que suba de precio mañana,
para poder venderlo con ganancia. De esta manera, las expectativas de cómo se
comportarán los precios son determinantes en el comportamiento de los
especuladores. Por ejemplo, si yo creo que los precios de las viviendas
seguirán subiendo, es buen negocio comprar una casa hoy. Si todos creemos que
los precios de las viviendas seguirán subiendo, los precios subirán, así solo
sea porque todos creemos que así será: es el fenómeno de las profecías
autocumplidas. En estos casos, como dicen los economistas, los precios se
separan de sus “fundamentales”, y se forman unas “burbujas” de precios. Estas
fluctuaciones de los precios, muy lejos de sus “verdaderos” niveles de
equilibrio, pueden causar violentas fluctuaciones económicas, que generan la
ilusión de progreso en épocas de auge, y un dolor muy real en épocas de crisis.
La posibilidad de la especulación, sobre todo financiera, crea la sensación en
mucha gente de que los financieros pueden enriquecerse sin generar ningún valor
real para la economía.
Pero un problema más de fondo se ha
puesto de presente con la discusión de las llamadas leyes SOPA y PIPA en
Estados Unidos (SOPA es la sigla de Stop Online Piracy Act y PIPA es la sigla
de Protect IP Act). Estas leyes tienen como objetivo detener la piratería
digital. La Internet ha puesto al alcance de todos unos volúmenes de
información antes inimaginables, y hoy es muy fácil tener acceso a un libro,
una canción, una película, en Internet, sin tener que pagar un peso. Esas leyes
pretendían cambiar este estado de cosas. Sin embargo, varios gigantes de la
informática se opusieron a esas leyes, y por el momento su paso por el Congreso
ha sido suspendido.
Yo creo que esa no es una discusión
menor. En el pasado no se cuestionaba que los medios de producción debían ser
privados. La tierra se privatizó, y los medios de producción producidos por el
hombre también se privatizaron. Con la creación de las sociedades anónimas, el
capital físico se volvió capital financiero, negociable en bolsas de valores.
También se desarrolló la convención de que eran los dueños del capital los que
contrataban al trabajo, y no al revés. Esto dio un poder muy real a los dueños
del capital sobre los dueños del trabajo. Una empresa es usualmente todo menos
un lugar democrático: una empresa es un lugar muy jerárquico, donde la voluntad
que es ley es la voluntad de los dueños del capital de la empresa, y los
trabajadores simplemente obedecen o se marchan.
La era digital ha revitalizado la idea de
que las ideas no deben tener dueño. Esta es una noción revolucionaria. El autor
de un libro o de una película no podría beneficiarse por vender su obra. Las
ideas serían propiedad de todos. Pero, si las ideas pueden ser propiedad de
todos, ¿por qué no puede serlo el capital físico o la tierra? La tecnología ha
abaratado tanto la difusión de las ideas que ya parece impráctico querer
impedir su difusión por medio de patentes y derechos de propiedad.