En días recientes se le ha dado bastante difusión a un libro, escrito por Inés Claux Carriquiry, titulado La búsqueda y publicado de manera independiente, que cuenta la vida de Leonor Esguerra Rojas (ver la entrevista de María Jimena Duzán en la revista Semana del pasado 3 de octubre, o el artículo de Marianne Ponsford en la revista Arcadia no. 72 del pasado 19 de septiembre).
Leonor es una mujer colombiana de "buena familia" (su abuelo fue quien firmó el famoso tratado Esguerra-Bárcenas, que definió nuestra frontera con Nicaragua y nuestra soberanía sobre el archipiélago de San Andrés y Providencia), nacida en 1930, que se metió a monja a los 17 años; fue educadora que logró conmocionar las estructuras establecidas en los colegios femeninos de clase alta Marymount; luego se metió a guerrillera; fue amante del jefe guerrillero Fabio Vásquez y condenada a muerte por él mismo, condena de la que se salvó por un pelo; y fue colaboradora de la revolución sandinista en Nicaragua, antes de asentarse en una vejez tranquila, sonriente y feminista.
Su vida es, pues, por lo menos tan interesante como la de otros religiosos que terminaron (y murieron) en la guerrilla, como Camilo Torres, Manuel Pérez o Domingo Laín. Al parecer, éste último fue crucial para que Leonor entrara al ELN.
Sin embargo, la vida de Leonor es relativamente desconocida en la sociedad colombiana, y La búsqueda quiere corregir esa situación. Llama la atención que ninguna editorial establecida haya querido publicar el volumen. El título es adecuado: la vida de Leonor ha sido una búsqueda de compromiso con altos principios y valores, y con nociones de fraternidad y solidaridad. Sin embargo, el libro también aporta indicios de dos cosas: (1) que la vida de Leonor de alguna manera merece la oscuridad en que se la tiene en la historia reciente de Colombia, y (2) que la búsqueda de Leonor nunca tuvo más posibilidades de éxito que cuando entró a la tercera edad y abandonó sus veleidades religiosas y políticas.
A Leonor hay que abonarle el compromiso: pocos tienen el valor de adoptar a plenitud la vida religiosa o guerrillera. Sin embargo, no hay que buscar en ella profundidad. Todo lo contrario: su vida lo que parece probar es que la complejidad colombiana no puede ser entendida con esquemas de análisis más bien simplistas e ingenuos.
Al final de su vida, uno puede preguntarle a Leonor: ¿y qué lograste? Y ella podrá podrá decir que vivió una vida intensamente vivida, y que experimentó momentos conmovedores de solidaridad y camaradería. Sin lugar a dudas, tuvo una vida excitante. Sin embargo, tampoco cabe duda de que le apostó al caballo equivocado. La pregunta fundamental es: ¿cómo es que una persona entrenada en altos estándares éticos, como un religioso, acepta la vía de las armas como un mecanismo legítimo de búsqueda de la justicia social? ¿Cómo una persona de Dios se vuelve contra uno de los primeros mandamientos, que es no matar? (quizás Leonor no mató a nadie, pero sí aceptó formar parte de una organización que incluía el crimen como uno de sus procedimientos aceptados).
Naturalmente, el compromiso con la justicia social es admirable. Si algo debe recordarnos la vida de Leonor es eso. Pero la pregunta es cómo buscamos la justicia social. Si algo nos han enseñado los últimos 50 años es que la vía de las armas para buscar la justicia social es ilegítima. La injusticia social no legitima la barbarie. Quizás así no se percibía en los años 60 y 70 del siglo pasado, pero hoy queda clarísimo que uno no puede tener altos fines con bajos medios. Si algo prueba la vida de Leonor es que la búsqueda de altos fines con bajos medios está condenada al fracaso.
Por eso la vida de Leonor se vive como una decepción. No queda claro que ella hoy defienda sus anteriores opciones de vida, pero sí parece evidente que ella cree que sus escogencias se excusan, en su momento, por la fuerza de la convicción. Ella estaba convencida de lo que hacía. Pero no basta tener fe ciega en lo que se cree; también se tiene que ser muy cuidadoso con lo que se cree. La vida de Leonor se lee como una lección de compromiso con lo que se cree, pero no como una lección de sano escepticismo frente a lo que se cree. Una fe ciega no parece ser el camino del progreso social.
Saturday, October 8, 2011
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