Saturday, July 23, 2016

¿Qué está mal, exactamente, con el capitalismo?

A lo largo de su historia, el capitalismo ha tenido tanto defensores como detractores. En su defensa priman la riqueza que crea y la libertad que respeta. Sus acusadores destacan, en cambio, su explotación e injusticia.

Soy de la opinión de que las sociedades que han tratado de superar las manifiestas debilidades del capitalismo no han producido sociedades mejores que las sociedades capitalistas. En política, han traído dictaduras; en economía, no han resultado particularmente eficientes.

Uno pudiera concluir, entonces, que es mejor no tratar de arreglar lo que no se ha dañado, y que es mejor dejar las cosas como están. Esta forma de pensar ignora, sin embargo, que sí hay cosas profundamente dañadas en el capitalismo. Pero, al tratar de botar el agua sucia del capitalismo, ¿cómo estar seguros de que no estamos botando al bebé con la bañera?

Yo creo que hay cosas del capitalismo que es bueno preservar, o por lo menos que no hay que desechar a la ligera. La primera es el sistema de precios, entendido como que los precios deben variar libremente para reflejar adecuadamente las condiciones de la oferta y la demanda. La segunda es la libertad de empresa, entendida como que cada cual es libre de montar su negocio, y que los negocios que no son capaces de superar la prueba del mercado deben desaparecer. La tercera es la propiedad privada. La cuarta, que no es propiamente capitalismo, es un entorno de libertad individual y política, mejor conocido como democracia.

Entonces, ¿qué es lo que está mal con el capitalismo, exactamente? Yo creo que son varias cosas, pero en esta nota, en aras de la brevedad, solo voy a discutir una: la que denomino “superioridad” o “primacía del capital”. La idea es la siguiente: todo esfuerzo económico es, fundamentalmente, un esfuerzo cooperativo. La economía no se puede entender con el símil de Robinson Crusoe solo en una isla: nada de lo que producimos y consumimos lo producimos y consumimos solos. Las economías más desarrolladas son las que permiten mayor interacción económica, no menos. Ahora, si los esfuerzos cooperativos son exitosos, se genera un excedente. La pregunta clave es: ¿cómo se reparte ese excedente? En el capitalismo, el excedente del esfuerzo cooperativo no se reparte equitativamente. La regla es simple: en una unidad productiva, después de pagar el valor de los insumos y el “valor de mercado” del trabajo, el excedente que se genere es por completo propiedad de los dueños del capital. Y se afirma que esa es la remuneración “justa” del capitalista por su emprendimiento, organización de la actividad productiva y asunción de riesgos. Es a esta regla a la que denomino “superioridad” o “primacía del capital”.

Bien, el punto es que esta regla me parece absurda. La organización económica sería muy distinta si, en vez de que hubiera primacía del capital, hubiera primacía del trabajo. Esto querría decir que al capital se le paga su “valor de mercado”, pero es el trabajo el que se apropia del excedente generado en el proceso productivo. Es el trabajo el que controla el proceso productivo, el que alquila el capital y el que se apropia del excedente generado. En síntesis, aquí el capital no “manda” al trabajo, sino que es el trabajo el que “manda” al capital. Esto implica que las empresas deberían ser, de alguna forma, empresas controladas por los trabajadores, no por los capitalistas. Esto no quiere decir que todos los trabajadores deban ganar lo mismo. Los “jefes” podrían ganar más que los “subalternos”. Pero todos se beneficiarían, quizás en las proporciones de sus salarios, del excedente generado por la empresa en la que trabajan.

La idea fundamental es que la propiedad del capital no tiene por qué conducir automáticamente al control empresarial y a la propiedad del excedente generado en el proceso productivo. Esto no quiere decir que el capital no tenga ningún valor. Por el contrario, lo tiene y se le debe reconocer. Pero el capitalista que viene a poner la plata para un negocio no podría decir que el negocio es de él. Todo lo que podría decir es que él merece una remuneración de mercado por prestar o arrendar su capital.

Lo anterior conduciría a una sociedad más justa, y no veo por qué sería menos eficiente que una economía capitalista tradicional.