Thursday, April 28, 2016

Palabras ante los graduandos de economía de la Universidad del Rosario

El decano de la facultad de economía de la Universidad del Rosario, Carlos Sepúlveda, muy amablemente me invitó a dirigir unas palabras a los graduados de la facultad. Esto fue lo que dije.

Quisiera, en primer lugar, agradecer el riesgo que tomó la Universidad, y muy en particular el decano Carlos Sepúlveda, al pedirme que les dirigiera a ustedes, queridos graduandos, unas palabras en este día. No sé si tenga los pergaminos o las canas necesarias para semejante encargo. Les ruego mucha indulgencia con estas palabras, que fueron preparadas a las carreras, sin mucha inspiración y sin mucho orden para ponerlas en un todo coherente.

Quiero comenzar por contar anécdotas personales que me atan a esta universidad. Yo soy uniandino, pero tengo una deuda de gratitud con el Rosario. Recién graduado de los Andes, mi primer trabajo fue aquí al lado, en el Banco de la República. Y tal vez esa proximidad sirvió para que mi primer trabajo como profesor fuera acá, en la Universidad del Rosario, que en esas épocas tal vez todavía era el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Acá me recibieron a pesar de mi juventud de entonces, de mi pelo largo, de mi arete, de mi falta de corbata y de mi irreverencia por los “doctores”, así entre comillas. En el Rosario de la época, eso era un sacrilegio, que fue aceptado de buen grado. En mi primera clase, los estudiantes no creyeron que yo fuera el profesor, y me tocó llamar a la decana de Derecho de la época, Marcela Monroy, para que los persuadiera de que yo no era una primiparada. Hice muchos amigos entre los estudiantes de esa época, que eran casi de mi misma edad, varios de los cuales aún conservo.

Aquí me pasaron cosas divertidas y terribles. Recuerdo que la universidad me exigía hacer exámenes orales, en los cuales yo no tenía experiencia. Hice uno que comenzó un viernes en la tarde, y que duró todo un fin de semana. La fiesta en el intermedio, animada con música de Soda Estéreo, para mí siempre será inolvidable. En otra ocasión, en plena clase y en voz alta, una alumna me pidió que me quitara la chaqueta, para poderme ver mejor las nalgas. Me imagino que la apuesta que debió ganar por ese atrevimiento tuvo que haber sido muy grande. Al menos una de mis estudiantes de esa época ya murió, y vine a enterrarla, con todo el dolor de mi alma, aquí a la Bordadita. Y estas historias no agotan todas las anécdotas que puedo contar de esas épocas. ¿Por qué cuento todo esto? Creo que una palabra lo resume todo: gratitud porque aquí comencé mi carrera de profesor. No tengo el honor de ser rosarista, pero tengo una deuda de gratitud enorme con este claustro.

Hoy es una fecha de celebración. Estamos celebrando su grado de economistas. Trabajaron duro para él, y es justo que hoy lo celebren. Así que felicitaciones para ustedes; para sus padres, que deben estar muy orgullosos; para la Universidad y sus profesores, que formaron una nueva cohorte de profesionales, y que deben sentirse satisfechos por la labor cumplida. Aquí hay motivo de regocijo para todo el mundo.

Los grados universitarios son un rito de paso, una iniciación, una ceremonia para marcar una conversión. Hasta hoy ustedes estaban en formación. Hasta hoy ustedes eran responsabilidad, primariamente, de otros: de sus padres, de sus familiares, de su Universidad. Hoy termina la preparación para la vida, y mañana será otra cosa.

Claro, el cambio no es tan abrupto como el rito lo sugiere: ustedes ya venían ganando independencia antes de este acto, y, de hecho, antes de llegar aquí, ya habían tomado algunas decisiones que serán cruciales para el resto de sus vidas. Por ejemplo, ustedes ya decidieron que querían ser economistas o financieros.

Esa decisión es importante, pero no determinante. Algunos de ustedes querrán ser economistas académicos, otros trabajarán en el sector financiero, otros estarán preocupados por el desarrollo, otros estarán en el tercer sector, otros venderán bienes raíces. La carrera que uno escoge marca un rumbo posible, pero no definitivo. Ya habrá tiempo para que la vida juegue sus dados, y para cambios voluntarios de rumbo y rectificaciones.

Además, cometerían un error muy grave si creen que sus procesos de formación para la vida terminan hoy. Si hay algo que hemos aprendido en el incesante cambio del mundo de hoy es que la formación no puede terminar con la juventud, y solo los que mantienen sus cabezas actualizadas evitan una obsolescencia precoz en un mundo que corre atropellado.

Pero los grados dan pie para reflexionar por un instante sobre los cambios que están sucediendo en sus vidas. Ya mañana ustedes serán profesionales, y deberán enfrentar el reto de vivir la vida como adultos. De mañana en adelante, sus vidas serán lo que ustedes quieran hacer con ellas. Desde mañana, los principales responsables de ustedes serán ustedes mismos.

Claro, el azar existe. Nadie sabe qué les deparará la vida. Algunos tendrán más oportunidades; otros menos. La vida traerá sorpresas, no cabe duda, y, no crean, los años son aleccionantes. Bien dice el dicho que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Pero las personas más exitosas usualmente son aquellas que mantienen una consistencia de propósitos entre la juventud y la madurez. Si uno, desde joven, sabe para dónde va, la vida le alcanzará más fácilmente para llegar al puerto de destino.

Así que mi primer mensaje es que, en la vida, uno recibe más o menos lo que quiere. Si algún acierto tiene el pensamiento de derecha es que el individuo adulto es responsabilidad, principalmente, de sí mismo, no de las circunstancias, del Estado, de los familiares o del azar. Ejerzan con cuidado la gerencia de sus propias vidas, porque, hasta donde entiendo, a cada cual le toca una sola, y cada cual es responsable de la que le ha tocado en suerte. Nada es más odioso que una persona que utiliza sus circunstancias para explicar sus fracasos. Contra ese terrible mal, es bueno recordar la frase de Bolívar en la que dijo que, si la naturaleza se oponía a sus designios, lucharía contra ella, y la sometería. Para los grandes hombres, y mujeres, no hay excusas.

Todo lo que se les pide, lo cual es fácil de pedir, pero no tan fácil de lograr, es que sean buenos profesionales, buenos rosaristas y buenas personas.

Como profesionales, sean buenos trabajadores y buenos economistas o financieros. Uno, como profesional, solo tiene dos futuros posibles: o es empleado, o es emprendedor. Los emprendedores son fundamentales para la sociedad, y su éxito es fácil de medir: la lograste, o no la lograste. Pero no todo el mundo tiene madera de emprendedor, y está bien que así sea. Una sociedad necesita emprendedores, pero no solamente emprendedores. Si uno escoge ser empleado, es bueno saber que uno debe jugar a ser la locomotora que arrastra los vagones, no la carga que va dentro de ellos. El mensaje es simple: como trabajadores, den más de lo que les piden. Piensen más y más rápido que sus jefes. Así pronto llegarán a ocupar los cargos que ellos ocupan.

En cuanto a la economía y las finanzas, se ha popularizado el mito de que Colombia es tierra de buenos economistas. Y eso es cierto, pero solo en un sentido limitado. Se ha enfatizado que el manejo económico colombiano es razonable, que tenemos una tradición de mantener la estabilidad macroeconómica y de pagar nuestras deudas. Cuando una mira nuestra historia, esa tradición bien puede ser más un mito que una realidad, pero, aun así, bien vale la pena mantenerla. Nuestro actual ministro de Hacienda, creo, simboliza esa sana tradición. Adicionalmente, en una bienvenida evolución, creo que hay toda una generación de economistas jóvenes con notables habilidades empíricas, sectoriales y microeconómicas. Todo eso está muy bien.

Pero también creo que hay dimensiones donde los economistas le hemos fallado al país. Por ejemplo, creo que Colombia aplazó inversiones vitales por mantener el equilibrio macroeconómico, y hoy es un país con un acervo de capital que no se compadece con su nivel de desarrollo. De otra parte, creo que uno de los grandes debates que no se han dado en Colombia, quizás porque todos sus protagonistas están todavía vivos, es cuál fue la responsabilidad de los técnicos colombianos en la gran crisis económica de 1999. Como un tercer ejemplo, habría que mencionar la crisis social que vive el país, que se refleja en el hecho de que, en términos de desigualdad, estemos entre los 10 o 15 peores países del mundo. Quizás la culpa de esto no sea solo de los economistas, pero la verdad es que es un hecho que nos avergüenza a todos.

Economistas colombianos de renombre internacional hay muy pocos, quizás solo uno, y ninguno con posibilidades de llegar a ser un premio Nobel. Me parece, por tanto, que la producción teórica colombiana es deficiente, y que eso ha limitado nuestra capacidad de entendernos a nosotros mismos. En este terreno me parece incluso que hemos retrocedido. En el pasado, las reflexiones sobre el desarrollo, sobre el desempleo, sobre la historia económica, sobre los problemas económicos vitales, me parece que eran más activas, si bien no se hacían, quizás, con el nivel de rigor necesario.

Pero ser buen economista no significa solamente hacer modelos matemáticos complejos o correr regresiones con las últimas técnicas estadísticas. Ser buen economista implica darse cuenta de que hay preguntas sobre el comportamiento social que todavía no sabemos responder muy bien, y cuyas respuestas son fundamentales para entendernos como sociedad y para resolver problemas como la pobreza y la desigualdad. Estoy tratando de decir, creo, que la técnica, por sí sola, no hace bueno al economista. No solo se trata de responder rigurosamente las preguntas que se nos plantean, sino de saber plantearnos las preguntas adecuadas.

Mi generación, creo yo, ha sido una de economistas técnicos pero ideologizados, convencidos de las bondades del libre mercado y la apertura, pero incapaces de contrastar la teoría con la realidad. Para mi generación, ser buen economista era ser neoliberal. Para nosotros, nuestros problemas se resolverían si sacáramos a los políticos y metiéramos al mercado a manejar las cosas. Hoy estoy convencido de que el mundo es más sutil, y que no basta con entender la esfera económica del funcionamiento social. No creo que en el mundo de hoy alguien pueda ser buen economista despreciando o ignorando la política, la sociedad y la historia.

Hoy, un buen economista es ante todo un buen científico social: un tipo que puede hablar con los sicólogos, con los antropólogos, con los politólogos, y no un tipo que se atrinchera en la jerga de los economistas para descalificar al resto con la pregunta de “¿y dónde está su modelo?”. Los más técnicos de nuestros ministros fueron sacrificados en el Congreso de la República porque su lenguaje técnico sonaba como, y quizás era, arrogancia, y hoy no nos sorprendemos de que tipos como Óscar Iván Zuluaga o Simón Gaviria, con un perfil más político que técnico, sean ministros de Hacienda o directores de Planeación Nacional. Hoy los economistas no pueden solo hablar con letras griegas y entre ellos, sino que tienen que hablar, también, en lengua vernácula y frente a todos los concernidos. La economía es demasiado importante para dejársela solo a los técnicos.

No sean dogmáticos con su conocimiento. Sé que es una tentación de la juventud, pero no crean que se las saben todas. Quién sabe si la economía es una ciencia, pero el sello distintivo de esta es la posibilidad de estar equivocado. El buen economista no es el que sabe qué dice el modelo, sino el que sabe si el modelo aplica a la realidad. Todo modelo, por bello que sea, si no es ratificado por la realidad, debe ser corregido o abandonado. Nuestra prueba ácida no es que nuestro conocimiento esté de acuerdo con nuestras ideas, sino que esté de acuerdo con la realidad.

Ese contraste con la realidad me parece vital. En estos días, ese reality check, como se dice en inglés, se practica en economía con lo que, en nuestra jerga, se denomina “formulación de políticas públicas basada en evidencia”. Debo decir que ese reality check, practicado de esa manera, me parece absolutamente insuficiente. El mundo hoy corre más rápido que las evaluaciones de impacto. No sé si estoy diciendo con claridad lo que quiero decir, pero, como diría Suso el paspi, para que no digan que no cito a grandes filósofos, el que me entendió me entendió.

Descubran la ideología que hay detrás de cada modelo. Algunos han querido convencernos de que, como la economía es una ciencia, en cuanto tal, no admite valores. Pamplinas. La economía no es solo la ciencia de la eficiencia: también es la ciencia de la justicia. No hay separación entre economía y política, así como tampoco hay separación entre política y valores. No les estoy diciendo que sean de derecha o de izquierda. Creo que todo ser humano maduro debe cultivar una posición política, pero es indispensable reconocer que nunca habrá unanimidad al respecto, y que tenemos que ser capaces de crear una sociedad donde todos, incluso los que piensan distinto de uno, puedan florecer. No solo como economistas, sino también como seres humanos, tenemos que aportar a la paz de Colombia.

A la economía a veces se le dice the dismal science, la ciencia lúgubre. A veces se dice que los estudiantes de economía son más egoístas que los estudiantes de otras disciplinas, que uno se vuelve más egoísta por estudiar economía. Si esas cosas se siguen repitiendo, que no sea por ustedes. Ojalá ustedes sean portadores de una economía de la esperanza y el altruismo. Las utopías pensadas por los economistas han resultado un desastre, como lo atestiguan la antigua Unión Soviética o la actual Venezuela. Releo esta frase y, la verdad, no sé si estos resultados se pueden atribuir a los economistas, o a la falta de ellos. En fin, ese sería todo un debate. Pero creo que mis puntos son dos: uno, no podemos renunciar a la utopía, y dos, no podemos abandonar el sentido práctico de las cosas. 

Así que creo que lo que estoy proponiendo es la búsqueda del oxímoron de las utopías posibles. No causen daño por buscar lo imposible, pero tampoco se contenten con justificar lo malo de la realidad actual solo porque es la realidad actual. Las cosas son como son, pero la promesa del conocimiento es que es la comprensión la que permite la transformación social.

Como buenos rosaristas, ustedes son herederos de una tradición sobre la cual se ha construido Colombia, y que se respira muy fácilmente en estas paredes, tan llenas de historia. Ser rosarista es un honor que cuesta. Tal vez ustedes, que deambulan tanto por estas paredes, no lo notan tanto, pero para mí, que, como ya dije, no soy de este claustro, la tradición rosarista es un bien público de máximo valor. Colombia está hecha de lo que ha hecho el Rosario. Recuerden que en esta casa enseñó Mutis. Solo pensar que de esta casa salió Caldas a enfrentar su suerte se vuelve un pensamiento sobrecogedor. Piensen ustedes en esa figura conmovedora: el conocimiento saliendo a dar la vida por la Patria. Pocas universidades pueden decir que tienen una cafetería con una multitud de cuadros de presidentes de la república egresados de la universidad. Esa historia pesa y es un patrimonio, no solo de ustedes, sino de toda Colombia. Vivimos la vida bajo la sombra de nuestros mayores, y no podemos ser inferiores a su legado. Hoy ustedes entran a esa historia, y no como espectadores, sino como protagonistas. Desde hoy es el turno de ustedes.

Como personas, me parece que todos tenemos tres grandes responsabilidades: con nosotros mismos, con nuestras familias y con nuestra sociedad, tanto nacional como internacional. La primera responsabilidad de cada individuo es consigo mismo. Cada cual debe cultivarse, intelectual y moralmente. Nadie que no esté bien consigo mismo puede hacer el bien por los demás.

Esta institución ha sabido derivar las fuentes de su propuesta moral de la fe cristiana, y en esa fe, sea uno creyente o no, puede encontrar valiosos motivos de renovación y valiosas lecciones de vida. Hoy el papa Francisco es luz para todo el mundo, incluidos los no católicos, y se me antoja que Francisco no está más que renovando los esfuerzos educativos de un Cristóbal de Torres, o reeditando para hoy el mensaje del nazareno que murió en una cruz hace más de 2.000 años.

Colombia pasa hoy por una crisis de probidad. Hoy es normal ver que un exalcalde que pasó por estas aulas está en la cárcel por haber desfalcado a la ciudad, o que la comida de los colegios oficiales alcanza para dar contratos millonarios, pero no para dar comida a los niños de los colegios. Recuerden, por Dios, una cosa. No es más exitoso el que más tiene. No es cierto que el que tenga más juguetes al final de la vida gana. No se trata de acumular riquezas a toda costa. Hay una cuestión de modo que es fundamental. Ser famoso con el prestigio de Pablo Escobar es el mayor oprobio. La decencia es un valor que se ha perdido en Colombia, y que ustedes deben conservar. Ser profesional es un privilegio en Colombia, y el que más ha recibido más debe a la sociedad. Si los ladrones no merecen perdón, los ladrones de cuello blanco son más indignos aún. Hay que mantener la elegancia de la discreción, las buenas maneras y el buen hacer. El único patrimonio real de una persona es su buen nombre.

Atrás les dije que, en la vida, uno recibe más o menos lo que quiere. Eso que les dije es verdad, pero no es toda la verdad. La historia no queda completa si no se entiende que uno recibe más o menos lo que da. Esta idea es fácil de entender para un economista. Todo intercambio es un acto de reciprocidad. Pero, cuando esta noción se saca del ámbito del mercado, adquiere una profundidad insospechada. Llamémosla la lección de San Francisco: dando es como se recibe. La medida de nuestro éxito personal es el alcance de nuestra responsabilidad social. A todos nos gusta el aprecio y el reconocimiento social, pero ellos no vendrán si antes no hemos dado lo que nos corresponde.

En un sentido profundo, ustedes hoy generan la misma ternura que genera un bebé, con todo el futuro por delante. Como diría Miguel Mateos, en una canción que quizás revela demasiado mi edad, “nene, nene, ¿qué vas a hacer, cuando seas grande? ¿Una estrella de rock and roll, presidente de la nación?”. Cuando les estamos diciendo que ustedes tienen todo el futuro por delante, créanselo, porque es verdad. Hoy los mayores les estamos haciendo entrega a ustedes de ese bien tan preciado que es la esperanza en el futuro. Hagan con él lo que mejor puedan. Construyan un mejor mañana. Se les pide que tomen la posta, y que la entreguen un poco más lejos de donde la recibieron. El país que ustedes reciben hoy no es, en muchos sentidos, el mejor del mundo, así que tienen mucho trabajo por delante, pero aquí tampoco es que no hayan pasado cosas. Aquí se ha construido una nacionalidad, se han construido unas instituciones, se ha construido una base económica. Puede que la Colombia de hoy no sea una maravilla, pero cómo ha cambiado, y para bien, desde que yo tenía la edad de ustedes. Hay que seguir, y solo hay una dirección posible: hacia adelante. Hoy nosotros, seres ya mayores, vemos cómo ustedes ya pueden despegar, tomar vuelo, y eso nos llena de orgullo y de felicidad a todos nosotros. Con ustedes, queridos graduandos, nuestro futuro está en buenas manos. Me uno a sus seres queridos y a sus maestros en felicitarlos efusivamente, y en desearles lo mejor para sus vidas.

1 comment:

fernandobaena7 said...

Excelente texto. Corazón y cabeza puestos al servicio del mensaje que necesitaban oir los muchachos. De paso, primera vez que lo entiendo.