Saturday, February 21, 2015

La muerte de mi padre, hace un año

Mi padre murió el 23 de febrero de 2014. Al lado de su lecho de muerte escribí un texto, y luego, para su entierro, leí otro, que era en parte un poema de Auden y en parte un texto escrito por mí. Estos son los dos (o tres) textos. El poema de Auden lo transcribo en mi (mala) traducción al español y en su (potente) versión original en inglés.

Texto 1

En este preciso momento, estoy al lado de la camilla de mi padre, donde él yace inconsciente. Quién sabe si se vuelva a levantar. Hay que admitirlo, la hora de su muerte luce cercana, y yo, que me hice el propósito de estar lo más cerca de mis padres en los últimos años de sus vidas, no sé si esté preparado para verlo morir. Entiendo que la muerte es una característica inevitable de la vida, y que mi padre tuvo una vida larga y buena. Entiendo que las cosas están siendo como deben ser: que uno muera de viejo, y que los hijos entierren a los padres. Pero, la verdad, no deja de doler.

Qué tonto que en este momento todo lo que se me ocurre es un sentimiento de gratitud hacia Saludcoop. Sé que los últimos tiempos han sido de discusión sobre nuestro sistema de salud, y aquí está mi padre, muriendo en la camilla de una clínica de segunda categoría de una EPS intervenida y con profundos problemas. Y, sin embargo, aquí está mi padre, siendo razonablemente atendido por gente que, a pesar de todas las dificultades, sigue cumpliendo con su deber. En medio de lo que parece un hospital de guerra, ha habido momentos hasta humanos con mi padre, y no tengo más que agradecimiento por eso. Un buen sistema de salud es una característica esencial de una sociedad civilizada, y aquí en Colombia, aunque las instituciones fallen, las personas siguen trabajando y cumpliendo con su deber.

Pero volvamos a mi padre. Los instantes que está viviendo me obligan a preguntarme, otra vez, cuál es el sentido de todo esto. La vida es buena mientras dura, pero no es para siempre. Y la pregunta es si lo que uno hace mientras está vivo vale la pena. Y ciertamente hay vidas que han sido bien vividas: Shakespeare, Miguel Ángel, Leonardo, Martin Luther King. Pero inevitablemente viene el fin. Y no puedo dejar de pensar en ese cuasi mandato cristiano que nos conmina a pensar en la muerte. La imagen del santo aquel con una calavera en la mano; el letrero en algún cementerio que dice algo así como: “Recuerda que alguna vez nosotros fuimos lo que tú eres; que alguna vez tú serás lo que nosotros somos”. Parafraseando a Neruda, es tan corta la vida y tan larga la muerte. Recuerdo las catacumbas de alguna iglesia romana, decorada con huesos, o las momias de Guanajuato o de San Francisco, preservadas por el clima para recordarnos las vidas de los muertos.

Dicen los cristianos que uno, después de muerto, va al cielo, al purgatorio o al infierno. Un papa reciente dijo que el infierno no existe, que es un lugar figurado. Debe saber de qué está hablando, porque los papas son infalibles. Yo, por mi parte, no tengo esa fe. Yo creo que uno, después de muerto, no se va a ninguna parte. Uno simplemente deja de ser. No creo que haya un lugar donde pueda reencontrar a mi padre, ni donde él pueda reencontrarme a mí. Así que esto es. No habrá más almuerzos los sábados, o viajes a Medellín por carretera, o juegos de golf. Él, viejo, frágil, flaco, canoso, recostado en una camilla, es todo lo que queda de él. Y no por mucho más. Por ahora, todo lo que puedo hacer es llorar. Ya después quizás se calme el llanto y ceda el dolor. Quizás después no duela tanto, y solo queden las memorias y los recuerdos. Para él, ya nada importa. Para mí, la verdad, muy poco.

Texto 2

Funeral blues (Canción triste para un funeral)
W. H. Auden

Detengan todos los relojes, corten el teléfono,
Denle un hueso jugoso al perro para que no ladre;
Silencien los pianos y, con un redoble ensordinado,
Traigan el féretro, que se acerquen los dolientes.

Dejen a los aeroplanos sobrevolar quejumbrosos sobre nuestras cabezas
Garabateando en el cielo el mensaje: “Él Está Muerto”,
Pongan moños de papel crepé en los blancos cuellos de las palomas públicas,
Dejen que los policías de tránsito usen guantes de algodón negro.

Él era mi Norte, mi Sur, mi Este y Oeste,
Mi semana laboral y mi descanso dominical,
Mi medio día, mi media noche, mi conversación, mi canción;
Pensé que el amor duraría por siempre: me equivoqué.

Quién quiere estrellas ahora: apáguenlas todas;
Empaquen la luna y desmantelen el sol;
Desagüen el océano y talen el bosque.
Porque de ahora en adelante nada servirá.

Funeral Blues

Stop all the clocks, cut off the telephone,
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.

Let aeroplanes circle moaning overhead
Scribbling on the sky the message 'He is Dead'.
Put crepe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic policemen wear black cotton gloves.

He was my North, my South, my East and West,
My working week and my Sunday rest,
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last forever: I was wrong.

The stars are not wanted now; put out every one,
Pack up the moon and dismantle the sun,
Pour away the ocean and sweep up the wood;
For nothing now can ever come to any good.


Él era el capitán, el campeón, el más grande. Así siempre me pareció, incluso cuando ya era un saquito de huesos. Él siempre fue el hombre de la casa, incluso cuando él ya no era mi padre sino mi niño. Nunca me pareció más grande y gigante que cuando dejó de serlo. Hoy está ahí, derrotado, quieto, yerto, pero no siempre fue así. Hubo una época en que era tan grande que no podíamos verlo completo. Como una cordillera. Como un océano. Qué grande me parecía, pero nunca más que cuando, próximo a morir, lo cargué en mis brazos, como si fuera mi niño, y no mi padre.

Todo muerto es bueno, y más mi padre. Mi padre era bueno desde antes de morirse. Tuvo una vida larga y buena, y hoy que lo lloramos, debemos sentirnos felices de lo mucho que lo gozamos. Ya está bien que lo dejemos descansar. Mi viejo, mi padre, mi gigante. Los que le tengan algo que perdonar, perdónenlo. Aprécienlo en su mejor luz, que es como todos debemos ser juzgados. Sé que mi padre no era perfecto, pero cuánto lo era. No era expresivo, pero qué tierno era. Incluso no es cierto que fuera tacaño: era simplemente muy ordenado con su plata. Cuando todo era tempestad, él ponía orden en la borrasca. Él era el mástil que anunciaba que el barco, una vez más, llegaba a buen puerto. Qué columna vertebral era. Cómo dependíamos de él. Él era el árbol en el que buscábamos apoyo y sombra. Si mi madre es Venus o Mercurio, por su amor y su carrera loca, mi padre era el sol, era Atlas, sosteniendo el Universo. Él, digno y discreto siempre, nos enseñaba a mantenernos de pie. No recuerdo nunca a mi padre haberme ayudado a hacer una tarea en el colegio (y, la verdad, yo tampoco es que hiciera muchas), pero una y otra vez me llenó de lecciones. Nunca me compró unos guayos, pero me enseñó qué debía hacer para que yo pudiera comprarlos. Mi padre no hablaba, no decía las cosas, pero cuántas lecciones me dejó en la vida. Ah, padre, qué orgullo y qué admiración siento.

Aprendí la ternura de ver a mis padres caminar cogidos de la mano, más de 60 años después de haberse casado. Y el viejo era tan grande que parecía un gigante. Era el más grande, el campeón, el capitán. No siempre lo entendimos. Él no sabía explicar, y nosotros no siempre sabíamos entender. Aunque yo pegaba mejor, más lindo, más largo, él, de sapito en sapito, siempre me ganó en golf. Golpeaba corto, pero parejo. Yo despotricaba contra los bunkers, y él sorteaba los lagos. Él era el valor de la consistencia. El viejo. El grande. El gigante. Trabajó una vida, sacó adelante a una familia, quiso a una mujer. Qué solos vamos a sentirnos sin ti, mi viejo. Qué lindo va a ser recordarte. Te recuerdo, padre, trayendo billetes de todas partes del mundo para mi colección, billetes que hoy no sé dónde están; te recuerdo como un jinete imponente sobre un burro, en una becerrada en la que yo era un niño, y de la cual alguna foto guarda memoria; te recuerdo, ya viejo, sobre una yegua, recordando a una edad improbable tus dotes de chalán, de joven campesino, en un paseo que hicimos a Sesquilé, cuando quizás yo no había sentado raíces por allá. Y en ese paseo pasaste de chalán a navegante, mi viejo, mi aventurero, mi explorador. Basado en otra foto, mi cabeza inventa otra memoria sobre ti, porque yo todavía no había nacido: te recuerdo joven, bello, flaco, en aquellas épocas en que montar en avión era peligroso, posando en la proa del barco en el que ibas a conquistar el mundo. Mi explorador, mi descubridor, mi adelantado. Te recuerdo orgulloso de los parentescos que yo te inventaba, de don Juan de Castellanos, que no alcanzó a incluirte a ti en sus Elegías de varones ilustres de Indias, o de Dora Castellanos, una poetisa cuya potencia ustedes podrán comprobar a la entrada de los Jardines de Paz.

Te lo debimos haber dicho antes, viejito. Intentamos hacerlo. Intentamos decírtelo y hacértelo saber cuando aún era tiempo. Cuánto te queremos viejito, cuánta falta vas a hacerle a Leticia. Te la vamos a cuidar, viejito, no vamos a dejar que tu casa decaiga. Está bien que te hayas ido primero. Señálanos el camino, explorador, descubridor, adelantado. Ni muerto dejas de darnos lecciones. Ante tu muerte todo lo demás empequeñece. Ante tu muerte solo lo importante aflora. No importa más que sembrar amor, y ser humano. Cuídanos el puesto, que pronto te veremos. Has muerto de pie, como un gigante. Hablo por mí, por mi madre, por mis hermanos. Quiero agradecerles a todos, a los que están aquí y a los que nos han enviado sus condolencias sinceras, su compañía, que nos reconforta en estos momentos. Hablo, padre, por tu familia y por tus amigos, por los que están aquí y por los que no pueden verte. Hablo por tu IBM, por tu Club Rotario, por tu club de golf. Se te quiso, viejo, se te quiere. Has cedido la antorcha, pero la llama alumbra, y cómo conforta. Descansa ya, mi viejo, tu tarea está hecha. Descansa, capitán. Recuerda que se te quiso y se te quiere. Mi padre, mi flaco, mi niño. Ah, y gracias, padre. Mil veces gracias.