Wednesday, April 25, 2007

07-04-25: Sobre el amor

Cuando estaba en el colegio, mis profesores me recordaban que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Esos cuatro episodios en la vida de los seres humanos se convierten en puntos cenitales. ¿Quién no dice que el nacimiento de un niño, o la conversión de un niño en adulto, o tener un hijo, o morir, son de las cosas más importantes de la experiencia humana? Más tarde, cuando estudié algo de la teoría de la evolución, aprendí que lo clave para la teoría de la selección natural era sobrevivir y reproducirse. Quien no alcanza a sobrevivir y reproducirse no cuenta para la selección natural.

La reproducción, pues, juega un papel muy importante en la vida. La sicología y la cultura humanas reconocen ese hecho. Los seres humanos piensan mucho en el sexo y en los dramas asociados con formar una pareja. Desde Romeo y Julieta hasta Betty la fea, mucha actividad artística se concentra en ese tema. De otra parte, las sociedades desarrollan un complejo conjunto de normas para regular la formación de las parejas. El vestido más célebre que uno se pone probablemente en toda la vida es el vestido del matrimonio. La reproducción no es, pues, un tema que tomamos a la ligera.

Lo que me parece interesante de la reproducción es la compleja sicología que, montada sobre ese tema, se ha desarrollado en los seres humanos. Si el asunto es de reproducción, ¿por qué los seres humanos no se aparean y ya? ¿Por qué tienen que enamorarse? El sentimiento del amor puede llegar hasta el éxtasis y el arrebato, hasta la sensación de que la vida no vale nada sin la figura de la persona amada.

Debe haber buenas razones evolutivas para explicar por qué eso es así, así como buenas razones neurocientíficas para explicar qué pasa dentro de nuestros cerebros cuando nos sentimos enamorados. Sin embargo, lo único que quiero resaltar aquí es que la experiencia del amor es una experiencia sublime para los seres humanos. Qué rico es amar, y ser amado. Y no me refiero sólo a esa experiencia del amor romántico, que uno tiende a sentir más cuando está joven. Me refiero también a esa experiencia del amor maduro, más cerebral, si se quiere, pero también más trascendente y más sólida. Qué rico es ver a un joven enamorado, sintiendo un amor apasionado, así sea que, por su propia pasión, ese amor se consuma más rápido que una vela de cebo. Y qué rico es ver a una persona que ha aprendido a amar sin pasión y sin condiciones, con un amor tranquilo, maduro, imperturbable, eterno. En su expresión más sublime, el amor se desprende del sexo y la reproducción, y uno puede llegar a dirigirlo a todos los seres humanos.

Yo no sé si sin amor no hay nada. Pero sí sé que una vida sin amor es mucho menos rica que una vida con amor abundante. El amor se refuerza a sí mismo: el más amable, el más amado, es el que más ama. Y uno tiene que aprender a darlo y a recibirlo. Y quizás tiene que aprender a darlo a distintas personas de distintas maneras. Uno tiene que aprender a dar un amor que no agobie sino que alivie, que no pese sino que conforte. Qué odioso es el amor posesivo, el que encarcela, el que no deja libre. Yo creo que uno nunca termina de aprender a amar. Por eso creo que el amor más hermoso no es el amor a primera vista, sino el amor que se construye, a pesar de las dificultades. Por eso me parece que el tiempo verbal correcto del amor no es el presente ("amo"), sino el presente perfecto indicativo, como lo conjuga el poeta ("he amado").

Saturday, April 21, 2007

07-04-21: Sobre la propiedad intelectual

Uno de los aspectos más criticados del tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos, hoy denominado "acuerdo de promoción del comercio" (APC), es el que tiene que ver con la protección a los derechos de propiedad intelectual. Y la crítica es bienvenida, porque el de la propiedad intelectual es un tema muy espinoso.

El problema es el siguiente: ya nadie discute que el conocimiento es el principal factor de crecimiento económico en el largo plazo: si usted acumula conocimiento, entonces usted crece. En todos los libros recientes sobre crecimiento económico el conocimiento juega un papel primordial.

El conocimiento, sin embargo, es un tipo de bien especial: es lo que los economistas llaman un "bien público". De manera muy general, un bien público es un bien que, si es consumido por una persona, queda en todo caso disponible para ser consumido por otras. Por ejemplo, una manzana no es un bien público (es un bien privado), porque, si yo me como la manzana, tú no te la puedes comer. El conocimiento, en cambio, es un bien público, porque el hecho de que tú entiendas el teorema de Pitágoras no implica que yo no pueda entenderlo.

El problema de los bienes públicos, como bien lo saben los economistas, es que no son producidos en las cantidades "eficientes" cuando se deja que el mercado sea el que provea los incentivos para producirlos. En otras palabras, ciertos tipos de bienes, como los bienes públicos, no son producidos en cantidades eficientes por los mercados: los bienes públicos son un caso de falla de los mercados. La intuición de por qué esto es así es muy fácil de asimilar. Cuando yo produzco una manzana para su venta, yo espero que un consumidor me pague un precio por ella. El precio que el consumidor paga le da derecho a él, y a nadie más, de consumir esa manzana. Si alguien más quiere manzana, tiene que comprar otra, porque la primera es de uso exclusivo del primer consumidor. Por lo tanto, un segundo consumidor de manzana también tiene que pagarme para que yo la produzca.

Con el conocimiento, en cambio, es distinto. Si yo soy Pitágoras, y alguien está tratando de encontrar una fórmula para garantizar que las paredes de una casa sean realmente verticales, yo produzco el teorema de Pitágoras, que será de suma utilidad para el interesado. Supongamos que yo le vendo esa información. Ahora él puede pasar esa información a otros sin ningún costo, porque esa información no se agota al traspasarla. En síntesis, los nuevos usuarios del conocimiento que yo he creado no tienen la necesidad de pagarme para usar mi producto. En conclusión, el mercado ofrece muy pocos incentivos a la generación de conocimiento, con lo cual éste se genera en cantidades que son subóptimas para la sociedad. Y, si hay poca generación de conocimiento, entonces hay poco crecimiento económico, de acuerdo con la actual teoría económica.

La pregunta, entonces, es: ¿cómo estimular la generación de conocimiento? Una forma es crear derechos de propiedad intelectual sobre el conocimiento: si tú usas mi conocimiento, estás usando algo que es mío, y por lo tanto tienes que pagarme por ello. Parece una solución obvia. Si tú disfrutas mi canción, págame por ella, cómprala, en vez de simplemente copiarla de alguna fuente "pirata". Lo mismo con las películas, el software y prácticamente todo lo que a uno se le pueda ocurrir. Si hay derechos de propiedad intelectual, con justicia Pitágoras podría cobrarme cada vez que yo use su teorema. Es muy sencillo: si el problema del conocimiento es que es un bien público, entonces privaticemos el conocimiento.

El lío de esta estrategia es que, si el conocimiento es un bien público, lo cual hace que los mercados fallen, volverlo privado lo convierte en un monopolio, y en este caso también se sabe que los mercados fallan: los consumidores reciben demasiado poco, demasiado caro, del bien que se produce bajo condiciones de monopolio.

Algunos dirán que crear monopolios es el costo que se tiene que pagar para crear los incentivos adecuados para la producción de conocimiento, que es tan importante para el crecimiento económico. Otros sostenemos que no parece tener mucho sentido tratar de corregir una falla del mercado (el conocimiento como bien público) con otra (el conocimiento como monopolio). Además, los efectos distribucionales de esto no son neutros: es claro que los derechos de propiedad intelectual benefician más a quienes tienen más posibilidades de producir conocimiento. Como son los países ricos postindustrializados quienes tienen más posibilidades de producir conocimiento, los derechos de propiedad intelectual parecen ir en desmedro de los países pobres. Un caso dramático ha tenido que ver con las drogas para combatir el sida en África. Las compañías productoras de drogas, que han invertido cuantiosos recursos en desarrollar el conocimiento necesario para producir las drogas que sirven para tratar el sida, esperan que a ellas se les pague, no sólo lo que vale hacer las drogas en sí, que no es mucho, sino también sus derechos de propiedad intelectual. Sin embargo, como el conocimiento es un bien público, una vez alguien sabe hacer una droga contra el sida, queda muy fácil que otros la reproduzcan a bajo costo, si no hubiera que pagar derechos de propiedad intelectual. Comprensiblemente, muchos países africanos han optado por pagar la droga barata, sin reconocer los derechos de propiedad intelectual. ¿Están haciendo algo incorrecto?

Yo creo que no. Yo creo que lo que está mal es la pretensión de que el problema de que el conocimiento sea un bien público se corrija por la vía de los derechos de propiedad intelectual. Es una vía que ya tiene mucho recorrido y que está firmemente respaldada por los países ricos, de modo que ya incluso existe la percepción de que respetarlos es "civilizado". Sin embargo, al menos conceptualmente, es posible resolver los problemas de los bienes públicos por otra vía: la receta ortodoxa de los libros de texto es su subsidio por parte de organismos públicos. En otras palabras, sería el Estado el que subsidie la creación de conocimiento. Algo así parece moralmente más correcto. Ciertas ciencias nunca se atreverían a cobrar por el conocimiento que generan. Así pasa con los físicos, los matemáticos y los economistas. El caso moral a favor de cobrarles a los africanos unas drogas caras para que puedan combatir su sida es, a primera vista, muy cuestionable. Parece moralmente mucho más aceptable que los Estados de los países ricos subsidien la generación de conocimiento: eso les permitirá mantenerse a la cabeza de la economía mundial, a la vez que no se ven conflictos tan severos entre los intereses de los ricos y de los pobres. Este me parece otro caso en el cual la definición de los derechos de propiedad no es sólo un mecanismo para garantizar la eficiencia de los mercados, sino también un mecanismo con consecuencias distributivas indeseables.

Friday, April 20, 2007

07-04-20: Arriba las tetas naturales

Uno de los devastadores efectos colaterales de la cultura mafiosa que se ha impuesto en el país es el gusto por cierto tipo de mujeres cuya característica más notable es tener las tetas infladas con silicona. Los mafiosos, todos lo sabemos, son lobos por naturaleza. Y, no por causalidad, las mujeres que son de su gusto son lobas, quizás doblemente lobas (ya saben a lo que me refiero), por naturaleza. La estética de la lobería se ha venido extendiendo más allá del ámbito mafioso como una epidemia entre las jóvenes colombianas, de modo que ahora, para ser bonita, es casi que una condición sine qua non tener las tetas operadas. Ahora, pues, a todos nos tienen que gustar tetonas. Sobra decir que eso es un desastre. No hay nada mejor que unas tetas naturales, del tamaño justo. Los franceses dicen que las tetas deben caber en una copa de champaña, y, aunque eso siempre me pareció un poco pequeño, yo tampoco estaba abogando por un par de melones capaces de dejarlo ahogado a uno al menor descuido.

Sin embargo, hay que aplaudirlo, ciertas mujeres se están empezando a liberar del yugo. En la edición 84 de la revista Soho una tal Marilyn Patiño se deja fotografiar con su busto inflado de silicona (antes) y natural (después). Un poco más pudorosa, pues sale con sus tetas cubiertas, Estefanía Borge hace lo mismo en la revista Carrusel. No hay que decirlo: las tetas naturales son mucho mejores. Las tetas artificiales son de un tamaño que borda en la desproporción y que no encaja con la belleza. Para uno estar atraído a ellas tiene que tener una cierta perversión a favor de la deformidad. Las tetas naturales son las de un ser humano que puede reclamar un cierto derecho a la belleza. Es más: hay una cierta belleza inherente a una mujer que ha decidido quitarse sus tetas artificiales. Hay algo de madurez que la vuelve automáticamente más atractiva.

Me dan pesar las mujeres que encuentran su feminidad en tetas de silicona. Digo esto de manera genérica, porque conozco mujeres que se han hecho las tetas y que son buenas amigas mías. Desde el punto individual, las respeto mucho (cada cual puede hacer con sus tetas lo que quiera), pero, desde el punto de vista social, me pregunto qué tipo de sociedad estamos construyendo para que todas las viejas quieran llevar silicona en el pecho. Mis amigas de tetas de mentira son mis amigas, no por las tetas, sino a pesar de ellas. Y me niego a creer que un solo hombre prefiera tocar, besar o morder una prótesis a la cosa real. Sé que hay hombres que disfrutan tener sexo con muñecas, pero eso es comprensible: después del sexo, esas muñecas no joden. Así que hay una ventaja en la artificialidad. Pero las mujeres con tetas de mentira ofrecen todos los problemas y ninguno de los beneficios.

No pienso llegar al extremo de Florence Thomas de sugerir que una vieja de 50 es más atractiva que una de 20. No. Pienso que cada cual compite con lo que tiene. La belleza de la mujer probablemente está en su cima en la primera mitad de los veintes, pero una mujer mayor puede ser muy atractiva por otras razones. Yo creo que cada cual debe parecerse a lo que es. Por ejemplo, me parecen horribles esos calvos que tratan de cubrirse toda la cabeza con un solo mechón de pelo, largo y engominado, para que no lo desacomode el viento. Hermano: si usted es calvo, es calvo y ya. No le meta más misterio al asunto. Parecerse a lo que uno es es la clave: una mujer con tetas que no son de ella no se parece a sí misma, y por lo tanto no puede ser tan atractiva como cuando es ella misma. Sin hacer una apología del descuido personal, al primero que uno debe lealtad es a uno mismo. Todo lo otro son, realmente, tonterías.

07-04-20: El sentido de la vida

Una cosa me preocupa: venía incorporando entradas a buen ritmo en mi blog, pero en abril me he detenido: estamos a 20 de este mes, y sólo he colgado dos entradas. Hay dos buenas razones: la primera es que mi tercera entrada del mes iba a ser sobre el sentido de la vida. Y ha sido notablemente difícil escribir sobre ese tema. La segunda es que estoy cogiendo la costumbre de escribir mis entradas primero en Word, para luego subirlas al blog. Creo que este procedimiento le quita frescura a lo que escribo. Me apresto, por tanto, a escribir de una manera (relativamente) espontánea sobre el sentido de la vida.

Esta es una cuestión difícil para mí, que no soy un hombre particularmente religioso. Creo que hay dos formas de ver la vida, y hay dos formas de justificarla. Las dos formas de ver la vida son: "la vida es un carnaval", como en la canción de Celia Cruz, y "la vida es un valle de lágrimas", como en la tradición cristiana (más probablemente católica). Y si la vida es un carnaval, pues es rico vivirla, y no tiene más justificación que ella misma. Pero, si la vida es un valle de lágrimas, vivirla es una pesadilla, y su justificación se tiene que hallar más allá de la vida misma.

Yo creo que la noción correcta de la vida se aproxima más a la canción de Celia Cruz que a las oraciones católicas: la vida es un carnaval. Con esto no quiero negar que la vida implica sufrimientos y sacrificios, pero, bien mirado todo, parece que la vida es un ejercicio que bien vale la pena, perdón la redundancia, vivir.

A mí me gusta el montañismo. Nunca he intentado subir el Everest, o algo así por el estilo, pero sí me he pegado mis caminatas por las montañas de Colombia. Y creo que subir montañas tiene algo similar al ejercicio de estar vivo. Subir una montaña es sacrificado; es esforzado. Quien sube una montaña se enfrenta contra sus propios límites, y requiere una fortaleza mental especial. Obviamente, se requiere una cierta aptitud física, pero eso no parece lo más importante: nadie piensa en los montañistas como atletas, aunque el estado físico importa. Otra característica importante de los montañistas es que muchos de ellos ven su oficio como una búsqueda interior. La posibilidad de la muerte está siempre presente. Se dice que, de cada 10 personas que intentan subir al Everest, sólo tres lo logran, y una muere. La posibilidad de éxito no es muy alta, y el riesgo de muerte es considerable. Pero la diversión está en el sacrificio. Y no hay diversión mayor que llegar a la cima de la montaña. Una buena amiga mía lo describió muy bien, cuando, después de muchos esfuerzos, subió conmigo a los cerros que conforman el páramo de Chingaza, el punto más alto de la cordillera oriental en las cercanías de Bogotá antes de descender a los Llanos Orientales: "las mejores vistas están reservadas a aquellos que son capaces de soportar el sacrificio de llegar a la cima". Llegar a la cima no es una carrera: no se trata de llegar primero que otros. No importa parar mucho, si eso permite recuperar el aliento y las fuerzas. Pero sí se trata de la convicción de seguir adelante. Eso me parece hermoso, y me parece muy parecido al ejercicio de vivir la vida.

Muchos han señalado que el propósito de la vida es huir del sufrimiento y buscar la felicidad. En términos generales, estoy de acuerdo. A veces hay que pagar un cierto sufrimiento para lograr una cierta felicidad, pero ese es el truco de la vida. Me parece que el truco de la vida está en sentir. Me parece que los seres humanos estamos hechos de emociones, y que lo más rico de la vida es sentir esas emociones. Esto puede sonar totalmente contradictorio en un tipo que se precia de ser profundamente racional, como yo, pero la verdad es que el triunfo de la razón no puede significar la muerte de la emoción, porque sin emociones no somos humanos.

Me parece perfectamente legítimo que tratemos de buscar la felicidad. Naturalmente, no el concepto hedónico de la felicidad, el asociado con placeres y dinero, que me parece vulgar y vacuo. No dudo que una cierta comodidad económica es muy importante para la vida, pero me parece totalmente equivocado volverla el objetivo principal de nuestras vidas. Aquí tengo que admitir que a veces siento que me pude haber equivocado al haber estudiado economía. Pensaba que lo primero para la felicidad era que todos pudieran llevar una vida digna desde el punto de vista material, y eso me llevó a estudiar economía. Pero hoy siento pasión por los sicólogos que se preguntan directamente por la medición y las causas de la felicidad. Siento que ellos se están haciendo la pregunta más importante: ¿qué nos hace felices?

Noten que hablo de sicólogos, es decir, de científicos. Me parece infortunado que la discusión sobre el tema de la felicidad esté dominada por escritores de superación personal y por iglesias de garaje. Pero el éxito de unos y otras indudablemente tiene que ver con que ellos no tienen vergüenza en hacerse preguntas que son fundamentales para los seres humanos: ¿cuál es el sentido de nuestras vidas? ¿En dónde radica nuestra felicidad?

Yo, por mi parte, pienso que el sentido de nuestras vidas está en ser lo que somos, en cumplir con nuestro fin, en un sentido aristotélico. Nosotros somos seres humanos. Yo, de acuerdo con los hallazgos recientes de la sicología evolutiva, creo firmemente que los seres humanos tenemos una naturaleza humana. Creo que la naturaleza humana está hecha de luces y de sombras. Acabo de leerme un libro, Our Inner Ape (Nuestro simio interior), de Frans de Waal, el famoso primatólogo holandés, que trata de entender la naturaleza humana a partir del estudio del comportamiento de nuestros familiares más cercanos en el reino animal: los chimpancés y los bonobos. Los chimpancés son agresivos y obsesionados con el poder. Los bonobos son extremadamente sensuales. De Waal dice que los chimpancés usan el poder para poder tener sexo, mientras que los bonobos usan el sexo para poder tener poder. De Waal argumenta que los seres humanos tenemos un poco de chimpancés y de bonobos, que somos un simio bipolar. Es cierto que en nuestra naturaleza humana hay cosas horribles, como la tendencia a la agresión, pero también hay cosas sublimes, como la tendencia a la cooperación y a la amabilidad. De hecho, hemos llevado nuestra tendencia a la cooperación tan lejos que ahora, como dice Paul Seabright, en su libro The Company of Strangers (En la Compañía de Extraños), somos capaces de cooperar con extraños, lo cual muchas veces nos hace sentir "deshumanizados", o controlados por las fuerzas complejas y "despersonalizadas" de la globalización.

Los budistas sostienen que el sufrimiento proviene del deseo insatisfecho, de modo que la felicidad proviene de suprimir los deseos. Yo no creo que el punto sea suprimir los deseos. En el límite, uno siempre tendrá los deseos de beber, de comer, de dormir y de evacuar, y no creo que el punto sea suprimir esos deseos. Pero sí creo que el punto es desear bien, con una cierta moderación, con una cierta templanza. Quien tiene apetitos desmedidos no puede ser feliz.

En síntesis, creo que el sentido de la vida consiste en cultivar lo mejor de nuestra naturaleza humana, y en controlar lo malo. Martin Seligman, el sicólogo de la Universidad de Pensilvania que es uno de los líderes en el estudio científico de la felicidad, afirma que las fortalezas claves de la naturaleza humana para la felicidad se pueden reunir en seis grupos:

  1. El conocimiento y la sabiduría
  2. El coraje
  3. El amor y la humanidad
  4. La justicia
  5. La moderación y la templanza
  6. La espiritualidad y la trascendencia

Parece obvio que, si uno cultiva esos seis grupos de fortalezas, vive una vida buena y feliz. El grupo que quizás más me llama la atención es el de la espiritualidad y la trascendencia, porque en otras entradas de este blog he negado la dimensión "espiritual" de los seres humanos, es decir, he dicho que no creo que exista un "alma" separable del cuerpo. Pero una cosa es espiritualidad y otra es trascendencia. Una recomendación tradicional que se les hace a los seres humanos es: "tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol". Esta recomendación sugiere dejar algo que atestigüe nuestro paso por la vida: eso es trascendencia.

Seligman argumenta que hay tres tipos de felicidad: la placentera, la asociada con la buena vida y la que surge de tener sentido o significado. Él no le otorga mucho valor al primer tipo, pero sí a los otros dos. En particular el tercero consiste en estar vinculado a algo más grande que uno mismo. Evidentemente, quienes se sienten vinculados a Dios pueden sentirse perfectamente felices, pero el sentido o el significado de la vida no necesariamente se tiene que derivar del apego a una creencia religiosa. Yo hallo una clara relación entre la búsqueda de trascendencia y la búsqueda de sentido o significado para la vida.

Seligman se ha dedicado a identificar cosas que hacen a la gente positivamente feliz. Como una primera historia, Seligman cuenta que, en algún punto de su carrera profesional se interesó por la sensación de "helplessness", que se podría traducir como desatención, desconsuelo o desesperanza. Hay individuos, tanto humanos como de otras especies animales, que son más resistentes a esa condición. Los resistentes son los "optimistas", mientras que los que sucumben son los "pesimistas". Aproximadamente un décimo de los individuos, tanto humanos como de otras especies, tienen la condición de desesperanza sin tener que provocarla. Y cuando se la provocaba por medio de confrontar a los individuos a situaciones incontrolables, aproximadamente cinco de ocho individuos adquirían esa condición y un tercio de los individuos nunca la adquirían. ¿Quién resiste el colapso? Seligman encontró que los optimistas interpretaban esos eventos incontrolables como temporales, controlables, locales y fuera de su responsabilidad. Los pesimistas los interpretaban como permanentes, incontrolables, ubicuitos y causados por su culpa. Los datos impresionantes son que los optimistas tienen una menor tasa de depresión, tienen más éxito en la generalidad de las profesiones, tienen mejores sistemas inmunológicos y "probablemente" viven más años que los pesimistas.

Una segunda historia es que Seligman ha identificado que la gratitud es una de las cosas que positivamente incrementa la felicidad, tanto de quien la ejerce como de quien la recibe.

Por lo tanto, parece que, dentro de la receta de la felicidad, están el optimismo y la gratitud. Estas ideas parecen obvias. Más en general, parece obvio que quien vive una vida sabia, valiente, humana, justa, moderada y trascendente vive una vida feliz, que merece la pena vivirse.

Por lo tanto, me parece que el sentido de la vida se halla en un nivel a la vez más básico y más profundo que en el que frecuentemente buscamos. La vida es bella por sí misma, y no requiere más justificación que ella misma. El sentido de la vida en nosotros los humanos se halla en nuestra propia naturaleza, y en especial en lo mejor de nuestra propia naturaleza. El cultivo de nuestro lado claro requiere esfuerzo y disciplina. Yo tengo que admitir que, debido al agotamiento, muchas veces no le he hallado sentido al ejercicio vital. Sin embargo, el truco parece estar en saber detenerse y descansar. La vida provee unas recompensas que sólo son obvias para quien goza subiendo la montaña. Para quienes buscan atajos al sentido de la vida y quieren hallarlo sin subir la montaña, sólo cabe la frase célebre de George Mallory, el famoso montañista británico que murió en su tercer intento por subir al Everest. Cuando le preguntaron por qué quería escalar esa montaña, de manera inolvidable, respondió: "porque está ahí".

Friday, April 13, 2007

07-04-13: ¿Estamos hechos para la monogamia?

Hace muchos años, cuando Alberto Carrasquilla todavía no había sido ministro de Hacienda, tenía una columna, si no recuerdo mal, en El Tiempo, que utilizaba para comentar principalmente sobre temas económicos. Sin embargo, alguna vez le dio por aventurarse en temas “divertidos”, y escribió sobre el sexo y la evolución de la naturaleza humana. Su columna resultó ser una defensa de la monogamia (“aproximadamente el 95% de todas las sociedades humanas conocidas han llegado a la conclusión de que la monogamia es la forma adecuada de organización social”), y un intento por asimilar la infidelidad en la vida de pareja a la corrupción en la vida social. Escribí un artículo de réplica, que tuvo algún éxito entre un círculo de amigos, porque, en un tono guasón, hacía una “breve defensa de la infidelidad”. Yo daba mi artículo por perdido, pero una amiga, que ha hecho mucho por dar a conocer mi blog, recuperó una copia y me la trajo. Lo volví a leer con la emoción de quien encuentra a un hijo perdido, pero el recuerdo del artículo me pareció mejor que el artículo mismo. Quizás reproduzca el artículo después de estas líneas; antes quiero volver a tratar el tema de una “mejor” manera.

Es manifiesto que la institución del matrimonio está siendo sujeta a unas grandes transformaciones. Las nociones de que el matrimonio es para toda la vida y de que el sexo debe ocurrir exclusivamente dentro del matrimonio han venido cambiando rápidamente. Primero que todo, el divorcio es ahora común. Ahora lo que es frecuente es lo que los expertos llaman “monogamia serial”: uno tiene una sola pareja, pero la va cambiando con alguna frecuencia. En segundo lugar, el sexo pre y extramatrimonial son corrientes. Incluso, el estigma sobre el sexo prematrimonial se está perdiendo rápidamente. Ahora lo anormal es que alguien llegue virgen al matrimonio.

El matrimonio es una institución social curiosa. De un lado, se percibe como una parte fundamental de la realización personal. Una persona no termina de “madurar” sino hasta que “se organiza” y se casa. Según una visión conservadora, el matrimonio es una institución “civilizadora”, pues, antes de él, prima una vida muy dominada por los instintos. De otro lado, el matrimonio es una fuente de chistes cínicos, como aquel que dice que “un hombre soltero es un animal incompleto, y que un hombre casado es un completo animal”.

Creo que el matrimonio es una institución social que causaría menos infelicidad, o que por lo menos sería menos fuente de este tipo de chistes, si estuviera más en consonancia con la naturaleza humana. Siempre me llamó la atención que, cuando se desarrollaban actitudes sociales muy estrictas sobre el matrimonio y la vida en pareja, como en la Inglaterra victoriana, también florecían cosas como la prostitución, que me parece una especie de sexo patológico. No se puede olvidar que, mientras florecían las ideas victorianas, también estaba Oscar Wilde y Jack el destripador. De otra parte, al menos en Colombia, el tema del matrimonio siempre ha tendido a ser una preocupación como de las clases altas. Las clases bajas por lo general se “arrejuntan” sin ponerle mucho misterio al asunto (cosa que las clases altas están aprendiendo).

Naturalmente la institución del matrimonio se desarrolló por alguna razón. Los vínculos afectivos que se desarrollan en una pareja permanente pueden llegar a ser muy fuertes, y la estabilidad emocional que eso puede brindar a la pareja y a los hijos es invaluable. De otra parte, un matrimonio no es sólo un arreglo afectivo: es también un arreglo material. Por lo tanto, no siempre los temas del amor y del matrimonio han venido juntos. En ciertas culturas, como en la India, es común que los matrimonios sean arreglados por los padres, incluso en edades de los novios en las cuales la pareja todavía es demasiado joven para estar interesada en aventuras románticas. En otras, como en la Roma clásica o en la Francia prerrevolucionaria, estaba claro que el matrimonio era un compromiso (social, político, económico) que poco tenía que ver con el amor: los maridos eran para una cosa, y los amantes para otra.

Una pregunta que siempre me interesó es: ¿cuál es la “naturaleza humana” en materias sexuales y reproductivas? ¿Realmente estamos “programados” para la monogamia? Este tipo de inquietudes me introdujeron, hace ya muchos años, a la sicología evolutiva, tema que resultó muy divertido de leer, sobre todo en lo que tiene que ver con el sexo.

Lo primero es notar que los seres humanos somos una especie muy sexuada. Somos particulares en que las hembras son sexualmente receptivas prácticamente siempre, incluso cuando no están en celo, que entre otras cosas, a diferencia de otras especies, es una situación imperceptible para los machos. Los seres humanos tenemos un pene muy grande en comparación con otros primates, y el tamaño y la forma de los senos se justifica más por su capacidad para causar excitación sexual, tanto en el hombre como en la mujer, que por su función en el amamantamiento. Es razonable que los seres humanos seamos muy sexuados: en la selección natural lo importante es sobrevivir y reproducirse, de modo que, en una especie “exitosa” como nosotros, el sexo tiene que haber jugado un papel muy importante.

Lo siguiente es si estamos “hechos” para la monogamia. La respuesta parece ser que sí, pero no de manera concluyente. En el reino animal parece haber tres formas básicas para el apareamiento. En una un macho dominante controla a un grupo de hembras: es la poligamia. Si machos no dominantes quieren tener acceso a las hembras deben pelear con el dominante. En la segunda forma cada macho tiene su hembra: es la monogamia. En la tercera no hay propiamente vida social de parejas. Los machos y las hembras se juntan sólo en la época de celo y, después de aparearse, vuelven a una vida solitaria. Esta forma no parece muy consistente con la naturaleza altamente social de nuestra especie. Por lo tanto, sólo cabe considerar las dos primeras.

Aunque, a primera vista, la poligamia parece un arreglo en contra de las hembras, puede que no lo sea tanto. En ésta, todas las hembras acceden a los genes del “mejor” macho. En cambio, en la monogamia los “peores” machos tienen la oportunidad de fecundar a alguna hembra, que debe conformarse con genes de “peor” calidad (aunque tal vez ella misma no sea “gran cosa”). ¿Cuál es la ventaja, entonces, de la monogamia? Pues que parece permitir una reducción de la violencia social gracias al arreglo “democrático” de permitir que cada macho tenga acceso sexual a una hembra, sin que tenga que pelear por ella.

Que nos debatamos entre la poligamia y la monogamia es fácil de entender. Los machos producimos, en una eyaculación, suficiente esperma como para fecundar a muchas mujeres: producimos, literalmente, millones de espermatozoides. Nuestra capacidad de reproducirnos está limitada, no por el número de espermatozoides que producimos, sino por el número de hembras a las cuales podemos tener acceso. Los machos buscan cantidad: entre más hembras, más posibilidades de reproducirse. Para las hembras es distinto. Las hembras sólo tienen unos 400 huevos en toda su vida. Tener acceso a más hombres no mejora sus posibilidades de reproducción. Las hembras no buscan “más” machos; lo que ellas buscan es los “mejores” machos. Las hembras buscan calidad: entre mejores sean los genes que reciben de los machos, mejor. La poligamia, pues, en un cierto sentido, es el “cielo” de algunos machos, y de las hembras, ya que permite que los machos afortunados tengan acceso a muchas hembras, y permite que las hembras tengan acceso a los “mejores” genes. El lío de la poligamia es todos esos machos deseosos que no son dominantes, pero que están dispuestos a causar problemas para llegar a serlo. También hay otro lío, asociado con la disponibilidad de recursos para las hembras, que discutiremos más abajo.

Aunque los humanos parece que nos hemos movido en la dirección de la monogamia, hay pistas que indican que no hemos abandonado del todo la poligamia. Por una parte, aunque la monogamia es el arreglo más extendido, hay también muchas sociedades poligámicas, y evidencia de que el acceso sexual a muchas hembras se facilita para hombres ricos o poderosos. Las sociedades poligínicas (varios machos para una sola hembra), aunque existen, son mucho más raras. De otra parte, hay pistas morfológicas para entender qué tan monogámica es nuestra especie. En las especies monogámicas no hay dimorfismo sexual (los machos y las hembras son del mismo tamaño). En las poligámicas sí lo hay: los machos tienden a ser más grandes que las hembras. La razón puede ser la necesidad de corpulencia cuando el acceso sexual sólo se logra a través de demostraciones de fuerza entre machos. El caso es que, en los seres humanos, existe algo de dimorfismo sexual: no tanto como en las especies puramente polígamas, pero tampoco es inexistente, como en las especies monógamas.

¿Por qué los seres humanos deberíamos estar haciendo la transición hacia la monogamia? La razón parece ser la prolongada inmadurez de los infantes humanos. Entre más cerebro tienen los humanos, más capacidad tienen para aprender. Pero, entre más tienen para aprender, más tiempo deben pasar como infantes dependientes. Esto genera un esfuerzo parental muy grande, que no es igual entre los sexos. Es claro que la inversión parental de las hembras es mucho mayor que la de los machos, así sea solamente porque son ellas quienes cargan dentro de sí nueve meses a los niños, y porque son ellas las encargadas de la lactancia. Por tal razón, a una madre de tiempo completo, por lo menos en las épocas prehistóricas en las cuales se formó la sicología humana, le quedaba muy difícil mantenerse por sí misma: los hijos demandan mucho de ella. Un arreglo conveniente es que los machos se especialicen en la provisión de recursos para el mantenimiento de las hembras y las crías, y que las hembras se especialicen en el cuidado de las crías.

No es que las hembras abandonen por completo el problema de su propia manutención: en las sociedades primitivas de cazadores-recolectores, las vicisitudes de la crianza estimulaban la especialización por sexo de las actividades de manutención: los hombres lejos del hogar en funciones de caza, y las mujeres cerca del hogar en funciones de recolección. Esto también explicaría por qué los hombres parecen tener mejores habilidades espaciales que las mujeres (las mujeres “no saben leer los mapas” y los hombres se resisten a admitir que están perdidos), y por qué las mujeres parecen tener mejores habilidades verbales que los hombres: mientras que un cazador muy hablador seguramente no sería muy exitoso, una mujer habladora haría más llevadera la actividad de la recolección y facilitaría la socialización de los hijos: alguien tiene que hablarles para que ellos, a su vez, lo hagan.

Pero, ¿qué interés tiene un macho en compartir los recursos de su caza con una hembra y a sus hijos? Pues que así garantiza que sus hijos (genes) sobrevivan. Sicológicamente, el truco es el siguiente: el macho le “dice” a la hembra: “si tú cuidas a mis hijos, yo te cuido a ti. Pero, para yo tener interés en volver a ti y en permitirte tener acceso a mis recursos, te exijo, uno, que tus hijos sean en efecto mis hijos, y dos, que tú me permitas acceso sexual continuado a ti. De otro lado, yo sí quiero volver a ti, porque, nótame, estoy enamorado de ti”. Hombres y mujeres estamos programados, pues, para intercambiar recursos por sexo. Es significativo, por ejemplo, que, para mostrar “compromiso”, el hombre le regale anillos de diamantes a la mujer: con esto el hombre quiere convencerla de que el apego emocional es tan fuerte que realmente está dispuesto a dar recursos valiosos por ella. Y también es significativo que, cuando se ejerce la prostitución, lo que casi universalmente ocurre es que el hombre es el que paga por tener sexo: es la mujer la que “tiene el recurso escaso”. De otra parte, me parece claro que toda esta sicología prehistórica tiene que verse muy afectada cuando, como en la vida moderna, las mujeres adquieren la posibilidad de mantenerse por sí mismas.

Otra pregunta interesante es qué tan inclinados estamos a la “infidelidad”. Parece que mucho. La razón es que, con este comportamiento “oportunista”, tanto machos como hembras pueden beneficiarse. Si usted es un macho en una relación monógama, pero logra fecundar a una hembra por fuera de la relación, existe la posibilidad de que aumente su reproducción. Y, si usted es una hembra en una relación monógama, pero logra aparearse por fuera de la relación, quizás logre conseguir mejores genes que los que su relación le garantiza.

Sin embargo, la infidelidad es peligrosa, porque puede poner fin a la relación monógama. Un macho muy seguramente no querrá proveer recursos a una cría que no es suya, y una hembra no querrá tener una relación con un macho muy dispuesto a invertir recursos en otras hembras. Es natural que, si existe una relación monógama y hay posibilidades de infidelidad, se desarrollen los celos. Pero, de manera significativa, los hombres son menos propensos a perdonar la infidelidad física, y las mujeres la infidelidad emocional. La infidelidad física de la mujer hace dudar al hombre de su paternidad sobre los hijos. Pero si la mujer “ama” a otro, y este amor no llega al terreno de lo físico, la preocupación para el hombre es menor. En el caso de la mujer es exactamente al contrario. La infidelidad emocional del hombre es más grave que la física, porque el hombre que se desvincula emocionalmente de su relación monógama es más propenso a comprometer recursos en otras relaciones. Muchas mujeres son capaces de tolerar la infidelidad física de sus hombres, con tal de que ellas sigan siendo la pareja “oficial”. Lo peor para la mujer es que su pareja se vaya con otra.

Ciertas características fisiológicas aportan evidencia impresionante de la propensión a la infidelidad en los seres humanos. Por ejemplo, se ha establecido que menos del uno por ciento del esperma de un hombre tiene en efecto la capacidad de fecundar a la mujer. Si eso es así, cabe preguntarse para qué producimos el otro 99 por ciento. La increíble respuesta es que el esperma se divide en dos tipos: el uno por ciento que tiene la capacidad de llegar al huevo y fecundarlo, y el 99 por ciento, que tiene la función de matar al esperma de otros hombres. En efecto, dentro del cuerpo de la mujer se puede librar una “guerra de espermas” que le permitiría a la mujer tener acceso a los mejores genes, sin que ella conscientemente los seleccione: sería el esperma “victorioso” el que la fecundaría. Esto sugeriría que la tendencia instintiva hacia la infidelidad tiene que ser muy grande, ya que los hombres hemos evolucionado para tener un esperma que es capaz de matar el esperma de otros hombres, y las mujeres han evolucionado para permitir esa guerra de espermas dentro de ellas. Esto también sugeriría por qué el sexo rutinario es tan importante para la pareja nominalmente monógama: esto permitiría al hombre depositar regularmente su dosis de esperma asesino, y a la mujer estar preparada para poner a competir el esperma de su pareja regular con el de la pareja no oficial.

En lo que he escrito hasta ahora sólo he arañado la superficie de lo que sicología evolutiva tiene para decir en materias de sexo. Al parecer, la evidencia señala que somos una especie con tendencia a la monogamia, sobre todo por razones de crianza de los niños, pero también con fuerte tendencia a un comportamiento sexual oportunista. ¿Cómo construir la institución social del matrimonio sobre esa naturaleza humana tan particular?

Que la doctrina católica imponga la convención del matrimonio para toda la vida se explica porque, entre más largo es el horizonte de interacción entre la pareja, más probable es que surja la cooperación en su interior (“si vamos a estar juntos toda la vida, es mejor que nos llevemos bien”). Sin embargo, la experiencia social reciente muestra que la gente ya no cree que el matrimonio, en efecto, sea para toda la vida. Lo anterior no necesariamente quiere decir que los separados, al cesar la vida en pareja, abandonan sus responsabilidades sobre los hijos (aunque hay mucha discusión sobre la calidad del afecto que reciben los hijos de una pareja separada). Lo que es fundamental es que, si una pareja decide dedicarse a la crianza, ese compromiso dure por lo menos hasta la adultez de los hijos. A pesar de la suerte que pueda correr la vida en pareja, ese compromiso con los hijos, por lo general, se mantiene.

De otra parte, queda el problema de cómo manejar el sexo extramatrimonial. Al respecto, no parece haber norma fija. En algunas parejas la infidelidad es causal suficiente de disolución del matrimonio. En otras parejas la infidelidad es aceptada, ya sea implícita o explícitamente. La liberalidad en esta materia fue famosa, por ejemplo, en la pareja que conformaron Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Más recientemente, se han venido popularizando las reuniones de swingers, grupos de parejas que dan por entendido que, cuando están reunidos, es lícito el intercambio de parejas. Así la infidelidad es explícita y se produce en un “ambiente controlado” (“yo sé qué es lo que está haciendo mi pareja”).

Me parece que repensar la naturaleza del matrimonio a la luz de: (1) la comprensión reciente sobre la naturaleza humana que ha hecho la sicología evolutiva y (2) las transformaciones sociales recientes, presenta unas dificultades muy difíciles de resolver. Mucha gente busca su felicidad en la vida en pareja, y, en la medida en que se derrumban algunos tabúes sociales, lo que va quedando cada vez más claro es que la definición de la forma de unión entre dos personas es algo que es mejor que cada pareja resuelva por su cuenta. Me parece que, en la sociedad moderna, uno tiene que ser muy tolerante en cuanto a las formas del arreglo matrimonial.

Y aquí, para terminar, va mi vieja réplica al artículo de Carrasquilla.

Amable réplica a un biólogo amateur, o una breve defensa de la infidelidad

Por fin Carrasquilla escribió sobre un tema chévere, lo cual indica que él todavía puede llegar a serlo: la verdad, nadie se vuelve popular escribiendo sólo de Economía. Los economistas somos inherentemente aburridos. ¿O acaso han visto ustedes una serie de televisión dedicada a los economistas? Hay series de policías, de salvavidas, de médicos, de abogados (¡de abogados, por Dios!), pero nunca de economistas. Puede haber algo como Emergency Room, pero ¿cuándo va a ver usted una serie que se llame Department of Economics?

Fuera de que, escribiendo de temas chéveres, podemos volvernos chéveres, hay una razón adicional por la cual todos los economistas debemos copiar las inquietudes intelectuales de Carrasquilla, que se ve que lee libros de ciencia popular en biología evolutiva: el asunto es que una economía es, en cualquier momento t, un “equilibrio” que no va a perdurar para siempre. Venimos de algún equilibrio y vamos hacia otro equilibrio, sin permanecer nunca en el mismo. ¿Qué es lo que ata todos esos equilibrios? Naturalmente, un proceso evolutivo, como en biología.

Por ejemplo un ejemplo: cuando uno piensa en great powers, al estilo de Paul Kennedy, uno nunca espera que los Estados Unidos sean un poder hegemónico para siempre. Antes, el poder hegemónico era la Gran Bretaña, y el hecho de que la Gran Bretaña haya sido el poder hegemónico anterior ayuda a entender por qué los Estados Unidos son el poder hegemónico de ahora. Pero habrá, sin duda, otro poder hegemónico, y predecirlo es tan incierto como predecir la evolución biológica (más fácil a corto que a largo plazo, como en todo proceso caótico que se respete).

Las anteriores, naturalmente, no son ideas mías. Hay por lo menos dos premios Nobel en Economía que han hecho énfasis en ese estilo de ideas, Herbert Simon y Douglass North, pero sigue siendo cierto que todavía no hay modelos que las formalicen satisfactoriamente. Estoy seguro que ahí hay un premio Nobel in waiting, y el personaje que, a mi modo de ver, está más próximo a ganárselo con esa perspectiva es Ken Binmore, de UCL. Por eso, así como en la vida social ya es un signo de analfabetismo no saber manejar Office, en la economía académica se está volviendo un signo de analfabetismo no saber de teoría de juegos evolutiva.

Pero, volviendo al tema, hay una cosa del ensayo de Carrasquilla que no es chévere, que es su asimilación de la infidelidad biológica a la corrupción económica (wait. ¿Es ese un buen adjetivo? ¿Es la corrupción económica?). Su asimilación parte del hecho empírico de que “aproximadamente el 95% de todas las sociedades humanas conocidas han llegado a la conclusión de que la monogamia es la forma adecuada de organización social”. ¿Es eso el Fin de la Historia de la vida familiar? ¿Es la monogamia a la vida familiar lo que el capitalismo, según Fukuyama, es a la organización económica?

Yo sospecho que Carrasquilla y Fukuyama comparten una visión de éxito total. De la monogamia, por una parte, y del capitalismo, por la otra. Pero lo cierto es que “el” capitalismo no ha triunfado: todos los días está reinventándose. Naturalmente, hay dinosaurios que han desaparecido, como el socialismo “científico” marxista, pero no está claro que lo que “triunfó” haya sido una cosa homogénea. Igual sucede con la monogamia: lo que estamos viendo ahora no es la monogamia tal como la entendían nuestros padres, para toda la vida, sino, tal como la llaman ahora, serial: yo ando contigo, pero sólo hasta que me mame. ¿Cuenta la Inglaterra actual dentro de ese 95% que Carrasquilla menciona?

De hecho, tampoco se puede decir que arreglos distintos a la monogamia hayan fracasado: sigue siendo cierto que hay sociedades islámicas donde, si se tienen los medios, se puede tener hasta cuatro esposas (y antes se podía tener hasta todo un harem —¿o harén?—). Se puede alegar que las sociedades islámicas no son un ejemplo de éxito económico, así que me toca mencionar otro ejemplo: no me cabe la menor duda de que gente como el Tino Asprilla, Diomedes Díaz, Idi Amín o Bill Clinton, han “marcado más puntos” que el común de los mortales. La pregunta es: ¿qué tienen ellos que no tenga yo? La respuesta es: plata, fama y poder. La otra pregunta es: ¿es eso una subversión de la organización social? (nuevamente, Idi Amín no es el mejor ejemplo).

La historia de por qué somos monógamos es bien conocida: un macho dominante puede acaparar muchas hembras, pero, para lograrlo, tiene que ser violento, y grande, y poderoso. Los machos no dominantes, privados de sexo, tienden a ser violentos también. Está la historia famosa de los chimpancés no dominantes que se unieron para, literalmente, capar al dominante de la manada en un zoológico. ¿No es mejor una sociedad no violenta en la que las chicas estén mejor repartidas?

Pero también está la historia de la cantidad versus la calidad. Los hombres producimos muchos espermatozoides, y nuestro parental investment, comparado con el de las mujeres, es bajo. Por lo tanto, tenemos muchos hijos, y no les paramos muchas bolas. Es decir, competimos en cantidad. Las mujeres, por el contrario, producen pocos óvulos, y cada óvulo fecundado es un camello de cuidar. Por lo tanto, tienen que garantizar que los espermatozoides que consiguen “valen la pena”: las chicas compiten en calidad.

Una organización social eficiente podría ser juntar a los “ricos” y “poderosos” con las mamitas (y a los wimps y losers con las menos mamitas), pero todo el mundo quedaría insatisfecho con el arreglo. Listo, no es casual que Tom Cruise se case justo con Nicole Kidman, pero él seguro se preguntará: “¿y por qué sólo con ella?”. Y Nicole estará pensando otro tanto: “Tom es rico y apuesto, pero es que Alberto (Carrasquilla) es taaan inteligente”. ¿Lo pensamos sólo nosotros? No: un estudio: (perdón la referencia: escribo esto lejos de mi biblioteca) mostró que entre los pájaros más monógamos del planeta, un 10% (o algo así) de las crías eran procreadas por machos distintos de la pareja habitual de la hembra. Esta cifra resultó ser un porcentaje similar al de los humanos en Liverpool (o Manchester, no recuerdo).

El punto es que la monogamia es más “democrática”, pero también más “aburrida”. No por nada, ahora que las chicas son más independientes económicamente, la idea de los matrimonios para toda la vida está pasando a la historia. El hecho de que la función de utilidad económica diga “primero yo” no quiere decir que yo sea corrupto. El hecho de que la función de utilidad sexual femenina sea “calidad ante todo” no necesariamente significa que las mujeres tengan que aguantarse al mismo rico toda la vida. Afortunadamente…

Tuesday, April 3, 2007

07-04-02: En la antesala del congreso liberal

El Partido Liberal se apresta, a finales de abril, a tener un Congreso que será fundamental para definir su futuro. No cabe duda de que el Partido debe modernizarse para volver a ser opción de poder en Colombia. Y no cabe duda de que Colombia necesita que el Partido Liberal vuelva a ser opción de poder.

¿Por qué Colombia necesita al Partido Liberal? Porque el país, comenzando con el gobierno de César Gaviria, inició un giro a la derecha cada vez más acentuado, que quizás ya ha ido demasiado lejos. A pesar de que no voté por Álvaro Uribe ni en 2002 ni en 2006 (en 2002 formé parte de la campaña de Noemí Sanín y en 2006 de la de Rodrigo Rivera), a mí no me cabe duda de que este giro era necesario, como lo ratificaron unas mayorías de colombianos asombrosas. Por una parte, era necesario que Colombia prestara más atención al desarrollo de los mercados, dado que el Estado estaba jugando un papel demasiado grande en la asignación de recursos, generando demasiada ineficiencia y muy poco beneficio social. Por otra parte, el Estado no podía continuar siendo perpetuamente “blando” con las guerrillas de izquierda.

El giro a la derecha ha tenido efectos benéficos para el país. El más notable de todos, amén de una mayor sensación de seguridad, ha sido una increíble recuperación del crecimiento, basada en un saludable repunte de la inversión. Sin embargo, el giro a la derecha quizás ha ido demasiado lejos. Su aspecto más desagradable ha sido la creciente influencia de los paramilitares en la vida económica, social y política de Colombia. En general, ha habido un ambiente de conservatización atípico para el carácter nacional. Como reacción, la izquierda se ha venido fortaleciendo cada vez más, de modo que un escenario posible para las elecciones presidenciales de 2010 es una confrontación entre la derecha y la izquierda, con un Partido Liberal radicalizado en la izquierda, quizás como un apéndice del Polo Democrático Alternativo.

Yo soy de los que creen que una victoria de la izquierda en las elecciones presidenciales no sólo no es una hecatombe, sino que es algo que sería conveniente para nuestro fortalecimiento democrático. Sin embargo, a pesar de la experiencia de Bogotá con Lucho Garzón y del Valle con Angelino Garzón, que yo juzgo como favorables, no creo que sea deseable una victoria de la izquierda en las elecciones presidenciales de 2010. Es decir, si gana, gana, y no sería el fin del mundo, ni mucho menos, pero todavía no me siento con ganas de hacerle campaña. Todavía hay demasiado izquierdista “mamerto”, que puede comprometer los avances en materia de seguridad y de confianza en el clima económico. Por eso un Partido Liberal con vocación de centro me parece indispensable para el país.

En el Congreso de abril se deben definir muchos aspectos importantes del futuro del Partido Liberal. Para empezar, se definirá si César Gaviria continúa en una dirección única, o si se adopta una dirección colegiada. En segundo lugar, se definirá si el Partido Liberal considera la colaboración con el gobierno en el Congreso en proyectos de interés nacional o si, por el contrario, se mantiene consistentemente en la oposición al gobierno del presidente Uribe. En tercer lugar, se definirá si el Partido Liberal es capaz de volver a encontrar una vocación de centro, con autonomía política, o si sigue dominado por las facciones más radicales de izquierda, capaces de coquetear con el Polo Democrático Alternativo. En cuarto lugar, se definirá si el Partido Liberal es capaz de volverles a abrir las puertas a todos los liberales que hoy no se sienten representados por el Partido (lo que le ha costado perder el favor popular), o si se mantiene en una postura rígida y excluyente, que invita a que haya más liberalismo que Partido Liberal. En quinto y último lugar, se definirá si el Partido puede aspirar a un nuevo liderazgo, o si sigue vinculado a un viejo liderazgo, asociado con el proceso 8.000 y derrotado políticamente.

En cada caso, me parece a mí, el Partido Liberal debe optar por la primera opción. César Gaviria debe mantenerse en la dirección única del Partido. El Partido Liberal debe abandonar la posición de oposición cerrada al gobierno (aunque sin aceptar posibles ofertas burocráticas). Debe recuperar una posición de centro. Debe abrirles las puertas a todos los liberales hoy por fuera del Partido. Y debe apuntarle a un nuevo liderazgo, desvinculado de los yerros del pasado.

Me parece que un Partido Liberal moderno debe cumplir con los siguientes dos requisitos mínimos:
  1. Ser tan distante de la guerrilla como de los paramilitares, en un clima de búsqueda de la paz sin concesiones a la lucha armada ilegal.
  2. Tener un discurso social muy fuerte, pero sin atentar contra el buen clima económico. En particular, el Partido Liberal debe aprender a ser responsable tanto en términos fiscales como inflacionarios, y a ser amistoso con la iniciativa privada.

En la coyuntura legislativa actual, se ha dejado saber que un cambio de actitud del liberalismo con respecto al gobierno podría significar apoyar a éste en algunos proyectos en el Congreso, y en otros no. Parece haber inclinación del liberalismo por votar favorablemente el TLC, pero no el acto legislativo sobre el Sistema General de Participaciones (SGP). Yo pensaría que el liberalismo debería votar ambos proyectos positivamente, porque ambos coinciden con los altos intereses de la patria. Si acaso, debería votar con más entusiasmo la reforma al SGP que el TLC. En el caso del SGP, la pregunta clave es si los intereses, por demás legítimos, de las regiones pueden llegar a comprometer la sanidad fiscal de la nación. Un partido responsable tiene que decir que no. Lo que permite que la nación sea viable no puede ser malo para las regiones. Eso lo tiene que entender el Congreso y el Partido Liberal. La oposición del Partido Liberal a la reforma del SGP muestra que el partido sigue siendo fiscalmente irresponsable, y por lo tanto no apto para gobernar. Yo defiendo la descentralización, pero no creo en una descentralización que es sinónimo de crisis fiscal. Otra cosa es que, después de aprobada la reforma al SGP, quede pendiente el tema del fortalecimiento de la descentralización, sobre el cual el país tiene que volver a pensar.

Por su parte, con respecto al TLC, yo creo que la prioridad principal del país debe ser aprobarlo. Pero los demócratas en Estados Unidos parecen interesados en que la negociación se reabra. Si ese fuese el caso, existe una oportunidad de oro para el Partido Liberal. Bajo el entendido de que el TLC es mejor tenerlo que no tenerlo, el Partido Liberal puede contribuir a solidificar la posición negociadora de Colombia en aquellos aspectos que se considere comprometen más los intereses nacionales. En especial, el diálogo que el Partido Liberal puede tener con el Partido Demócrata puede llegar a ser más constructivo que el que pueda tener el mismo Gobierno.

Mi posición ya ha sido criticada por “gavirouribista”, como la llamó Daniel Samper Pizano en una de sus columnas. Creo que se equivoca. Para comenzar, la química personal entre el presidente Uribe y el expresidente Gaviria es muy poca. El expresidente Gaviria ha tratado de mantener en alto la bandera liberal, aun desconociendo su propio discurso ideológico cuando fue presidente y convirtiéndose en una de las cabezas de la oposición a Uribe. En consecuencia, a Gaviria le tocó ver cómo su posición lo colocaba en una situación muy desfavorable en los sondeos de opinión, para no mencionar su tragedia familiar. Un liberalismo moderno no tiene que ser uribista. Pero sí tiene que dar señales de que cosas deseables, como la seguridad y el buen desempeño económico, recibirán continuidad si el liberalismo accede al poder. De otra forma no va a poder regresar a él.