Saturday, October 20, 2007

07-10-20: Las vacilaciones de la izquierda entre la democracia y la violencia

Hace algunos años, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), unas de las guerrillas de izquierda del país, secuestraron a once diputados de la Asamblea Departamental del Valle del Cauca. Después de tenerlos en cautiverio largo tiempo, los asesinaron hace unos pocos meses. A pesar de que esta es una de las muchas barbaries a las cuales las Farc nos tienen acostumbrados, este acto generó una manifestación de la opinión pública como pocas veces se ha visto en el país. Ella exigió que, si las Farc no los habían devuelto vivos, por lo menos debían devolver los cadáveres. No fue fácil. Quizás a las Farc les costaba admitir que los había asesinado en contravía de las más mínimas consideraciones humanitarias. Reconocer que los habían asesinado seguramente era, para las Farc, perder una más de las muchas batallas de opinión que han librado frente a la ciudadanía, y que vuelven cada vez más ilegítima su ilegal lucha armada. Gracias a sus actos de barbarie, las Farc ya perdieron su guerra más importante: la del favor de la opinión.

Escribo estas líneas a pocos días de los cuarenta años de la captura y asesinato de Ernesto “el Che” Guevara. Hoy mismo tengo puesta una camiseta con su famosa foto. El aniversario de la muerte del Che ha servido para volver a reflexionar sobre su significado histórico. Como es usual, hubo al menos dos opiniones: los que lo ven como el santo mártir de la revolución cubana, y los que lo ven como un guerrillero despiadado, capaz de ordenar ejecuciones sumarias y demás. A mí, que crecí oyendo la famosa canción de Carlos Puebla (“aquí llega la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia, comandante Che Guevara”), la figura del Che me parece muy atractiva, pero a estas alturas de la vida me parece también que uno no puede seguir el ejemplo del guerrillero, el revolucionario armado. En una época, eso inspiraba una cierta dosis de idealismo; hoy no puede ser visto sino como barbarie. La figura del Che es probablemente fascinante por lo contradictoria: por una parte, es el profeta del “hombre nuevo” socialista. Por otra, es un asesino muchas veces dominado por la retórica del odio y de la guerra. Me parece bien que, si uno va a La Habana, se tome una foto con la efigie del Che en la Plaza de la Revolución, pero creo que ya no hay justificación para que esa efigie siga dominando la principal plaza del principal claustro universitario de Colombia, la Universidad Nacional, que es conocida informalmente como la “plaza del Che”.

Qué desgracia que la izquierda latinoamericana se haya dejado confundir por la violencia. Cuando las Farc mataron a los once diputados, la opinión pública exigió, con razón, que la izquierda democrática repudiara esos asesinatos. Para vergüenza del Polo Democrático Alternativo, el partido colombiano de izquierda, ese repudio no fue inmediato. Sólo un miembro lo hizo de manera categórica, el usualmente radical senador Gustavo Petro. Este acto, que lo enalteció a él, mostró lo lejos que está la izquierda “democrática” colombiana de ser verdaderamente democrática. El presidente del Polo, Carlos Gaviria, que llegó a ese cargo por toda una vida de humanismo que terminó por aproximarlo a la izquierda, no fue capaz de hacer ese repudio de manera convincente. El Polo sólo sacó un comunicado de repudio después de mucha vacilación, que le restó toda credibilidad al mismo.

Qué desgracia que uno tenga que repetir lo obvio: aquellos individuos de izquierda que persisten en la lucha armada no fortalecen a la izquierda sino que la debilitan. La nueva izquierda no puede ser una izquierda violenta. Si la izquierda no puede ser una doctrina de paz, entonces no merece su lugar sobre la tierra. Lo que más ha contribuido a que en Colombia en estos momentos no prime una visión social progresista han sido los errores de la misma izquierda.